En el momento que está viviendo nuestro país, los Obispos de las Diócesis con sede en Cataluña exhortamos a los católicos y a todos aquellos que quieran escucharnos, a examinar cuidadosamente, a la luz de la enseñanza social de la Iglesia y a decidir con responsabilidad cómo cumplir, si se nos requiere, con nuestros deberes cívicos y democráticos. Y al mismo tiempo hacemos un llamamiento al diálogo, a la prudencia, y a tener presentes los principios fundamentales que son los del bien común y el respeto a las personas.
Tenemos el deber de hablar porque los católicos formamos parte de este pueblo que tanto amamos, y como nos ha recordado recientemente el Papa Francisco, «nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin ninguna influencia en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos» (» Evangelii Gaudium » n. 183).
El mandamiento nuevo del amor que Jesús nos dejó, conlleva amar a todas las personas y también las realidades sociales. Los cristianos de nuestro país nos reconocemos y nos reafirmamos en la tradición ininterrumpida de fidelidad a la lengua, a la cultura, y a las instituciones propias de Cataluña. Por eso estamos llamados a ser ciudadanos que contribuyan positivamente al bien común y que se esfuercen siempre a considerar a los demás hombres y mujeres de todo el mundo como verdaderos hermanos. Estamos llamados a promover la paz, el respeto a las personas, al desarrollo humano integral y a los derechos humanos, así como tener un cuidado especial por los más pobres y los más débiles de la sociedad.
También en este momento histórico queremos recordar la importancia de los derechos de todas las personas y de los pueblos, la libertad de conciencia y el derecho a creer y practicar la propia fe. Estas libertades son tan importantes como frágiles, tal como se ha demostrado con demasiada frecuencia a lo largo de la historia. Estas libertades son absolutamente esenciales para una sociedad democrática moderna y hay que velar para que no sean limitadas ni en Cataluña, ni en España ni en el contexto europeo.
Los Obispos de Cataluña en 1985, en los inicios de la recuperación democrática, en el documento Raíces cristianas de Cataluña , que luego se hizo suyo el Concilio Provincial Tarraconense de 1995, constataban la realidad nacional de Cataluña con más de mil años de historia, y pedían que se le aplicara la doctrina del Magisterio eclesial sobre nacionalidades y minorías nacionales.
Y el año 2011 escribíamos este texto que en las circunstancias actuales mantiene plena vigencia: «Hoy se han manifestado nuevos retos y aspiraciones, que afectan a la forma política concreta cómo el pueblo de Cataluña debe articularse y cómo se quiere relacionar con los otros pueblos hermanos de España en el contexto europeo actual. Como pastores de la Iglesia, no nos corresponde a nosotros optar por una determinada propuesta a estos nuevos retos, pero defendemos la legitimidad moral de todas las opciones políticas que se basen en el respeto de la dignidad inalienable de las personas y de los pueblos, y que promuevan con paciencia la paz y la justicia. Y animamos el camino del diálogo y el entendimiento entre todas las partes interesadas a fin de lograr soluciones justas y estables, que fomenten la solidaridad y la fraternidad. El futuro de la sociedad catalana está íntimamente vinculado a su capacidad para integrar la diversidad que la configura» (» Al servicio de nuestro pueblo » n. 5).
Los laicos cristianos deben estar muy presentes en la sociedad, comprometiéndose en el campo de la política, la cultura, la economía, etc., porque nada es ajeno a una Iglesia que quiere ser «experta en humanidad», como afirmó proféticamente el Papa Pablo VI. Todos los cristianos tenemos el deber de aportar los contenidos y los valores del Evangelio en las realidades temporales de la sociedad, para que crezcan la justicia, la fraternidad, la solidaridad, la gratuidad. Si bien esto es siempre necesario, lo es mucho más en este tiempo en que todavía vivimos las graves consecuencias de una crisis económica que afecta duramente a gran parte de nuestra sociedad.
Deseamos que todos los católicos sigan participando positiva y activamente en la vida pública, que fomenten el diálogo y el entendimiento, y garanticen que el mensaje cristiano y sus valores impregnen la sociedad, en beneficio de todos.
Nuestro país en este momento de su historia debe poder contar con nuestra oración perseverante y fiel. Por ello exhortamos a rezar por la patria, para que Dios nos conceda que «la sabiduría de sus autoridades y la honestidad de sus ciudadanos, robustezcan la concordia y la justicia, y podamos vivir en la paz y el progreso constante» ( Misal Romano , pág. 955). Así lo suplicamos en la Visita Espiritual a la Virgen de Montserrat, pidiendo a Santa María que «aparte de Cataluña el espíritu de discordia, y una a todos sus hijos con un corazón de hermanos».

Barcelona, ​​3 de octubre de 2014