Fecha: 22 de noviembre de 2020
Para muchos la fiesta de hoy que celebra a Jesucristo como rey del universo puede parecer anacrónica. Da la impresión de ser un título del pasado y que arrastra en la actualidad determinadas referencias políticas que afectan a la percepción que sobre los problemas actuales tiene una parte de nuestra sociedad. Además en nuestro entorno se ha creado una polémica con dicho título y la consiguiente representación fijada en el marco legal que condiciona nuestra convivencia.
La inmensa mayoría de cristianos acepta con claridadel significado de esta fiesta y evita todo tipo de interesadas connotaciones políticas. Es cierto que recoge toda nuestra historia que se desarrolla en el Antiguo Testamento donde en infinidad de ocasiones aparece el título de rey, el primero, el más elevado, aplicado a nuestro Dios tanto en los libros históricos como en los proféticos y sapienciales. Incluso en los salmos, compendio de oraciones, cantos y alabanzas, está repleto de alusiones a la realeza del Señor, creador del universo.
En el Nuevo Testamento en la figura de Jesucristo se centra todo el marco conceptual de la realeza aunque transformando y profundizando su sentido en la plenitud de la vida que ofrece a toda la humanidad. Desde su nacimiento es aclamado como rey y primero de la creación. Muchos ejemplos y parábolas que el mismo Jesús propone se refieren a un rey que marca los destinos de su pueblo y, aunque la famosa pregunta de Pilatos -¿Tú eres rey?- se queda sin respuesta contundente, aparece en la cruz el apelativo real -INRI- para definir al que habían condenado a una muerte ignominiosa. Era el rey pacífico, liberador y reconciliador el que moría para nuestra salvación.
En la configuración de las sociedades ha habido distintas modalidades a través de la historia y en todas ha sido posible la experiencia cristiana y la transmisión de la fe en Jesucristo. Hablando del caso que nos ocupa, la utilización del mismo se comprendía fácilmente su significaciónpor todos los oyentes y los vocablos reino, súbditos, corona, cetro… se repetían insistentemente y han acompañado a la persona que ostentaba el título de rey. A pesar de ello en el ámbito cristiano el título tiene unas características propias; distintas a las que se muestran en las situaciones ordinarias que conocemos. De hecho quienes acudan a la celebración de la Eucaristía de este último domingo del tiempo litúrgico escucharán un precioso texto que dice así: “Consagraste… Rey del Universo a tu único Hijo… para que… entregara a tu majestad infinita un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”. Es un cambio sustancial lo que pretende nuestra fiesta de hoy. Es mucho más exigente para nuestra vida que las prescripciones de cualquier institución humana. Somos, más bien, ciudadanos con unas relaciones fraternas para con todos, basadas en el amor, como lo recuerda el papa Francisco en su última encíclica Fratell itutti “El amor nos pone finalmente en tensión hacia la comunión universal. Nadie madura ni alcanza su plenitud aislándose.” (núm. 95).
Pido a Dios que ningún cristiano considere exagerada la petición de crear una sociedad de hermanos donde nadie se sienta marginado y todos puedan experimentar la realidad de sentirse queridos por la simple condición de ser hijos de un mismo Padre. Es un programa de actuación de largo alcance, profundo y posible. Pertenecer a ese reino y con ese programa nos tiene que resultar anímicamente satisfactorio y cristianamente lleno de sentido.