Fecha: 24 de julio de 2022

Esta próxima semana celebraremos la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, los abuelos de Jesús, según una tradición que arranca del siglo II. Es por este motivo que la Iglesia celebra este domingo la II Jornada Mundial de los abuelos y de los mayores bajo el lema «En la vejez seguirán dando fruto» (Sal 92,15).

Por ello, me permitirán que estas líneas las dedique a nuestros abuelos, esas personas que llenan y enriquecen con su sabiduría y ternura tantos hogares y familias. ¡Qué relación tan especial la que se establece entre abuelos y nietos!

Ellos tienen un papel importante en la vida y en el crecimiento del árbol familiar. En torno a ellos, se juntan sus hijos, sus nietos y, a veces, incluso sus bisnietos. Ellos son el puente que nos conecta con el pasado, con la tradición familiar y, a su vez, nos ayudan a escribir las páginas de nuestra historia personal y comunitaria. Ellos hacen posible la alianza entre generaciones a la que se refiere a menudo el papa Francisco.

En un mundo como el nuestro, donde se valora mucho la fuerza y la apariencia exterior, los mayores no se cansan de transmitirnos con sencillez, a su manera, muchos valores que realmente importan y que deberían estar muy presentes a lo largo de nuestra vida. Unos principios y valores que están grabados en el corazón de cada ser humano y garantizados por la Palabra de Dios (cf. Palabras del papa Francisco a la Asociación Nacional de Trabajadores Mayores. 15/10/2016)

Ante el auge de la cultura del descarte, a la cual se refiere a menudo el Santo Padre, es decir, una cultura que descarta, aparta o tira lo que no sirve, vemos con tristeza que los mayores son los que más riesgo tienen de ser descartados. En efecto, cuando nuestros mayores pierden autonomía y más nos necesitan, más crece el riesgo de que, poco a poco, sean considerados una carga y sean abandonados. Ante su debilidad no siempre los fortalecemos. Deberíamos ser capaces de hacerlo derrochando amor.

Muchos ancianos han encontrado un segundo hogar en residencias para gente mayor donde comparten su vida con otros ancianos. Las instituciones y centros que albergan a los ancianos están llamados a ser lugares de humanidad y de atención amorosa, donde los más débiles no sean olvidados ni desatendidos, sino cuidados, visitados, recordados y defendidos.

Amar a nuestros mayores dignifica nuestra propia memoria. ¡Qué bellas son las palabras de la Biblia con las que una joven viuda se dirige a su suegra cuando esta la invita a dejarla y rehacer su vida!: «No insistas en que regrese a mi tierra y te abandone. Iré adonde tú vayas, viviré donde tú vivas; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios; moriré donde tú mueras, y allí me enterrarán. Juro ante el Señor que solo la muerte podrá separarnos» (Rut 1,16).

Una sociedad avanzada se distingue por cómo trata a sus abuelos y a sus jóvenes. Mientras los jóvenes son la vitalidad de un pueblo en camino, los ancianos refuerzan esta vitalidad con la memoria, la experiencia y la sabiduría. No hay mejor manera de mirarse al espejo como país que analizando la calidad de vida que dispensamos a nuestros jóvenes y a nuestros ancianos. Seamos generosos y dediquemos un poco de nuestro valioso tiempo a ellos. Seguro que recibiremos mucho más.

Queridos hermanos y hermanas, os deseo a todos una feliz fiesta de San Joaquín y Santa Ana. Felicidades, abuelos, y gracias por vuestra misión.