Fecha: 20 de septiembre de 2020

El Papa Francisco nos obsequiará el próximo 3 de octubre con una encíclica sobre la fraternidad humana y la amistad social. Llevará por titulo Todos hermanos, y profundizará en ese elemento troncal de su magisterio. Los medios de comunicación han destacado la continuidad de este documento con las palabras de su primer mensaje al mundo la misma noche de su elección, el 13 de marzo de 2013; con su visita a los inmigrantes en Lampedusa, en su primera salida; con el encuentro que propició entre Shimon Peres y Abu Mazen, o con la Declaración de Abu Dhabi del año pasado, por poner algunos ejemplos. Una fraternitad que, en definitiva, proviene de la fe en Dios, que es el Padre de todos.

Si durante la pandemia ha tenido gestos y palabras cargadas de significado que han iluminado el difícil camino que recorría la humanidad entera, cuando ya se vislumbra la llegada de remedios eficaces, el Papa nos propone afrontar la postpandemia con una nueva actitud. En estos meses nos ha ido recordando los conflictos sociales que siguen en todo el planeta, que no pueden ser olvidados: “Somos un poco inconscientes ante las tragedias que están sucediendo en el mundo en este momento. Solo quisiera citarles una estadística oficial de los primeros cuatro meses de este año, que no habla de la pandemia de coronavirus, habla de otra. En los primeros cuatro meses de este año, 3 millones 700 mil personas murieron de hambre”. Hay otras muchas pandemias que afectan a buena parte de la humanidad, y que no deben ser olvidadas.

Confiamos que dentro de unos meses podremos disponer de vacunas eficaces para vencer al coronavirus. Más difícil será vencer la pandemia del hambre y de la guerra, consecuencias del egoismo humano, que lleva a organizar la sociedad olvidando a Dios y a las personas, dando lugar a una economía excluyente que gobierna en lugar de servir y que genera inequidad y violencia. El desafío consiste en evitar que el mundo de la economía quede monopolizado por los objetivos del beneficio y la competitividad, porque la consecuencia será que una multitud de personas queden excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin futuro.

El mandamiento del amor a Dios y al prójimo nos lleva a tomar conciencia de los demás. Desde una mirada de fe estamos llamados a vivir en fraternidad, en familia, y eso se traduce en justicia y solidaridad. Todos somos pobres de una u otra manera, padecemos carencias de algún tipo y atravesamos por dificultades y sufrimientos a lo largo de la vida. Precisamente la experiencia personal del sufrimiento puede ser el desencadenante para la empatía, para ponerse en el lugar del otro, del pobre, del que sufre; la vivencia del dolor es un camino para un despertar de sí mismo y fijar la mirada en los demás.

La pregunta de Dios a Caín sobre Abel, su hermano – “¿Dónde está tu hermano Abel?” (Gen 4,9)- es la misma pregunta que ha de resonar en nuestra conciencia. Caín responderá con una evasiva. No ha de ser así entre nosotros, porque somos responsables de nuestros hermanos, todos, los unos de los otros, somos interdependientes, como granos llamados a formar un mismo pan, como hijos de Dios llamados a vivir en familia.

En todos los ámbitos de la diócesis, en Cáritas diocesana, en las familias y en las escuelas, en las parroquias y comunidades religiosas, en los movimientos y realidades eclesiales, hemos de vivir con conciencia clara de que a nuestro lado viven muchos hermanos necesitados. Un desafío importante para el nuevo curso es fomentar la actitud de salir a su encuentro, porque no son extraños, ni  ajenos, porque son nuestros hermanos.