Fecha: 10 de diciembre de 2023

Anteayer, viernes 8 de diciembre, celebramos con mucho gozo la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen María. En medio de este tiempo de Adviento, esperando la venida del Señor, la contemplamos a ella, la chica sencilla de Nazaret, la llena de la gracia, limpia de pecado.

La fiesta de la Purísima, muy vivida en nuestras parroquias y comunidades cristianas, es alegre y consoladora, pero también exigente. Al mirar a la Virgen María, mirémonos también a nosotros mismos. Cuando nace un niño, a menudo constatamos que aquel niño o niña se asemeja a su madre. Y no hay gozo más grande para una madre que descubrir en el rostro de su niño o niña los rasgos de su propia fisonomía. Cuando la Virgen María nos mira, ¿descubre este parecido?

En estos días de Adviento, tiempo litúrgico mariano según el papa san Pablo VI, miremos de disponer de ratos de silencio y retiro. Y ante una imagen o un icono de la Virgen Inmaculada, podemos dirigirle esta plegaria:

Santa María, Virgen Inmaculada, Virgen del silencio, enseñadnos a escuchar la Palabra que, día tras día, está cerca de nosotros. Enseñadnos a distinguir la única Palabra entre las numerosas palabras vacías.

Santa María, Virgen Purísima, Virgen del sí, enseñadnos a estar siempre a punto para el bien, siempre disponibles contra todo miedo que nos bloquee. Enseñadnos la fe, que brilla en la oscuridad del misterio y que responde: «hágase». Enseñadnos a creer que nada es imposible para Dios.

Santa María, Virgen Inmaculada, Virgen de la vida, formad en nosotros el fruto de vuestro vientre, Jesús, para que la Palabra se haga carne también en nosotros, y para que podamos convertirnos en mensajeros de la esperanza para los demás.

Santa María, Virgen Purísima, concedednos el don de vuestra mirada inmaculada para tratar y mirar a las personas con respeto y reconocimiento, sin intereses egoístas o hipocresías. Concedednos el don de vuestro corazón inmaculado, para amar sin medida, sin segundas intenciones, sino buscando el bien del otro. Concedednos el don de vuestras manos inmaculadas, para tocar con ternura —como recuerda el papa Francisco— la carne de Jesucristo en los hermanos pobres, en los enfermos, en los descartados y desvalidos. Amén.