Fecha: 30 de mayo de 2021

Es interesante preguntarse por qué la Iglesia ha intuido que el día que celebramos el misterio de la Trinidad, puede ser también el día en que recordamos a los monjes y monjasorantes, es decir, a aquellos que entregan toda su vida a la oración, especialmente contemplativa, a la vida en común y al trabajo.

Leo los testimonios de algunas monjas y monjes, que aparecen en el folleto, que nos envía la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada y me llama la atención el firmado por la Hna. Mª Pilar Avellaneda Ruiz, del monasterio cisterciense de las Huelgas de Burgos. Comienza así:

“Un corazón orante no vive de teorías y retórica, sino que pisa la realidad que vivimos, y sabe libar la miel en lo cotidiano de la vida, para darla a gustar a los demás”

Sigue, citando Jer 15,19, que le sirve de inspiración: “(Dice el Señor:) si sacas lo bello de lo vil, serás como mi boca”. Otra traducción: “si sacas la escoria del metal, yo hablaré por tu boca”. Esta referencia nos hace recordar este capítulo del profeta Jeremías que nos es tan cercano al evangelizadorhoy y al creyente que desee dar testimonio de su fe, aun dentro del sufrimiento. Un sufrimiento que en el caso del profeta viene del rechazo a su palabra por parte del pueblo. Pero también un sufrimiento, que, como señala el testimonio de esta monja, puede proceder de cualquier causa, como es el caso de la pandemia.

El profeta había orado entre sollozos, incluso reprochando a Dios que sea como un “arroyo engañoso”. Había orado devorando las palabras de Dios, que le proporcionaban gozo y paz. Pero cuando hablaba al pueblo, todo era rechazo, fracaso, crítica, hasta verse forzado a vivir en soledad…

Orar la Trinidad es tocar el corazón de Dios: la más perfecta comunicación, la plena comunión, el amor más sublime jamás soñado. Contemplar la Trinidad es descanso y consuelo. De ahí la alegría del verdadero orante.

Pero el verdadero orante no es un ángel que viveya el gozo pleno de la contemplación, aunque se le parece. El verdadero orante pisa la tierra y siente en sus pies el temblor de la humanidad sufriente. Más aun, su corazón, dilatado por la misma oración, desarrolla una gran sensibilidad hacia el dolor del mundo. Y la razón está en que, al orar, no lo hace a un ser sin nombre, oculto, lejano, como su eleverse en otras espiritualidades, sino que entra en comunión con la Trinidad, que es “una comunidad absolutamente abierta” por amor. Tan abierta que el Verbo, la segunda persona, se abajó para compartir ese dolor de la humanidad. Y no solo eso, sino que compartió el dolor más radical del mundo, para devolverle la esperanza.

¿Qué esperanza? Justamente la esperanza de regresar al gozo de la Trinidad, incorporar a la humanidad a aquel espacio de comunión plena, donde se cumplen todos nuestros anhelos.

Entonces, se comprende que Dios no es un arroyo engañoso, como decía la protesta de Jeremías y decimos tantas veces nosotros cuando el sufrimiento se hace más duro de soportar. Dios – Trinidad es un manantial inagotable, eterno, de amor real, efectivo e histórico, que se va derramando en el mundo desde Jesucristo. También quizá desde nosotros, orantes y oradores, que de vez en cuando se nos concede tocar la Trinidad y damos testimonio de ella.