Fecha: 30 de octubre de 2022

Los dos primeros días del mes de noviembre, en los que la Iglesia celebra la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los fieles difuntos, los cristianos tenemos la piadosa costumbre de visitar los cementerios en los que reposan nuestros hermanos difuntos en la espera de la resurrección y de orar por su eterno descanso. Mis palabras de hoy pretenden ayudaros a que vivamos este momento con sentimientos verdaderamente cristianos.

La mañana del domingo de Pascua, las mujeres que habían acompañado al Señor durante su vida pública, que habían estado cerca de Él en el momento de su muerte y habían visto el lugar donde lo habían sepultado fueron a visitar el sepulcro. Los evangelios nos narran que sus sentimientos eran sentimientos de muerte. Pensaban que el Señor estaba muerto y que todo lo que habían vivido con Él era una ilusión que había terminado. Podemos imaginar la desilusión que se habría apoderado de ellas. En esos momentos estarían dominadas por el dolor y la desesperanza.

Cuando llegan al sepulcro lo encuentran como no lo habían imaginado: el sepulcro estaba vacío. Además, escuchan el primer anuncio pascual: Aquel a quien buscan muerto está vivo. A partir de este momento se desencadenan una serie de acontecimientos y su corazón se va transformando. Se liberan de los sentimientos de muerte que las dominaban y una nueva luz de esperanza se abre en sus vidas. Descubren que la muerte no es el horizonte definitivo del ser humano. Esta experiencia les abre a la verdad de la vida. Lo que ha vivido Cristo es lo que todos estamos llamados a vivir: Dios nos ha hecho hijos suyos para darnos la vida de su Hijo Jesucristo.

Cuando estos días visitemos los sepulcros donde descansan nuestros seres queridos y recordemos lo que han supuesto para nosotros en nuestra vida, que resuene también en nuestro corazón el mensaje esperanzador que escucharon aquellas mujeres que fueron a visitar el lugar donde había sido enterrado el Señor: Jesucristo ha resucitado. Que ese anuncio nos lleve a vivir este momento piadoso con sentimientos cristianos: con gratitud a Dios por las muchas cosas buenas que nos ha regalado por medio de las personas que ya descansan junto a Él, ya que todo eso no es más que la manifestación humana de su amor de Padre que le lleva a cuidar de sus criaturas; con la confianza que nos da el saber que Dios quiere que todos los hombres se salven y que para realizar este designio de amor entregó a su propio Hijo por nosotros; con la esperanza de que lo que hemos vivido con nuestros seres queridos no es una experiencia bonita o una ilusión que ya ha terminado para siempre, sino que al igual que las santas mujeres se encontraron con el Señor, también nosotros un día nos reuniremos con ellos para gozar de la vida y la alegría plenas para siempre. Que esta sea nuestra meditación y nuestra oración durante estos días, especialmente en los momentos en que traemos a la memoria los recuerdos de todo lo que hemos vivido con nuestros hermanos difuntos.

Que la celebración de estas fiestas no sirva para alimentar en nosotros sentimientos de muerte, sino para que nuestros corazones se vayan abriendo a la Vida.

Con mi bendición y afecto.