Fecha: 17 de abril de 2022

Después de la muerte de Jesús, los discípulos estaban desilusionados. Habían conocido a una persona que los había llenado de esperanza, habían dejado su trabajo y sus cosas para ir con Él. Y todo había acabado con un fracaso. Las esperanzas y la ilusión que habían puesto en Jesús no se habían cumplido. Seguramente, en esos momentos, pensarían que se habían equivocado. Pero la mañana del domingo de Pascua todo cambió: en primer lugar, son las mujeres las que descubren que el cuerpo no está donde lo habían sepultado. Después son Pedro y el discípulo amado quienes lo constatan. A partir de ese momento van sucediéndose los acontecimientos: el Señor se deja ver, primero a las mujeres, después a los discípulos. Y su presencia tiene fuerza para que vayan su perando los miedos, el desaliento y la incredulidad.

Para los personajes de la Pascua todo lo que vivieron fue sorprendente. Es como una buena sorpresa, como un regalo inesperado. Pero no un regalo cualquiera: es una vivencia mucho más plena de lo que ellos habrían podido desear. Seguramente se habrían conformado con que el Señor no hubiera muerto. Ahora, en cambio, lo ven vivo, pero no con la vida que tenía antes de la cruz, sino con una plenitud que supera totalmente su capacidad de comprensión. El Señor llena el vacío que les había que dado después de la muerte con una plenitud que supera cualquier expectativa humana: una alegría plena, una esperanza ilimitada, un amor inmenso.

Vivir un acontecimiento como este es tener la experiencia de la Gracia. En su Hijo resucitado, Dios les ha regalado una plenitud de vida mucho más grande de lo que habían podido pensar. Y por eso esta experiencia es también de libertad: el desconcierto, los miedos que nos invaden en ocasiones, la muerte como horizonte de la existencia… Todo esto no es tan fuerte ni tan amenazante. A la luz de la vida que se ha revelado en Cristo y que comunica a sus discípulos, todo esto ha sido vencido: Pascua es vivir de la gracia del Resucitado, es experimentar la libertad cristiana, una libertad que nos lleva a luchar por la dignidad y la vida de todas las personas sin ningún temor.

Desde entonces, los discípulos empiezan a anunciar esa noticia, tan grande y esperanzadora que no es únicamente para unos privilegiados ni es para un grupo cerrado: es para todos. La Iglesia no se quiere guardar este tesoro, vive para anunciarlo, para proclamar que «todo el que cree en Él recibe el perdón de los pecados gracias a su nombre» (Hech 10,43). No hay ningún mal que no pueda ser vencido por la potencia salvadora de Cristo; no hay ninguna persona que no pueda ser salvada por el Señor; el mal no tiene la última palabra; no tenemos derecho a excluir a nadie del amor de Cristo resucitado. Haberlo conocido y creer en Él es una gracia que nos tiene que llevar a trabajar para que todos crean y lleguen a la salvación. Pascua nos tiene que hacer ver a los cristianos que no tenemos que ser nunca un obstáculo para que los hombres llegan a conocer y a amar a Jesús.

Que la luz y la alegría de la Pascua, esa alegría que también vivió en plenitud la Madre del Señor al ver cumplidas sus esperanzas en que Dios no había abandonado a su Hijo, llene nuestros corazones, a nuestras familias y a nuestro mundo.

Feliz Pascua de resurrección a todos en la paz de Cristo.