Fecha: 31 de mayo de 2020

La solemnidad de Pentecostés es la culminación del Misterio de la Pascua. Con esta fiesta, la Iglesia nos recuerda que Dios nos lo ha dado todo. Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su único Hijo. Hoy agradecemos a Dios que nos haya dado también su Espíritu. Gracias al Espíritu Santo podemos decir con san Juan de la Cruz: «Dios es mío y todo para mí» (Dichos de luz y amor, 27).

En el Evangelio, Dios se nos muestra a menudo como Espíritu, como aliento vital, como viento libre que cura y da vida. «El viento sopla donde quiere y oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va» (Jn 3, 8). Así es Dios, siempre es nuevo, siempre sorprende.

Sin embargo, a menudo nos puede ocurrir que tenemos una vida tan organizada, tan llena de actividades, que no dejamos espacio para la novedad del Espíritu Santo. Creemos que lo sabemos todo y no dejamos que Dios nos renueve. Con esta actitud, somos incapaces de leer los signos de los tiempos y de escuchar lo que el Espíritu nos quiere decir.

El día de Pentecostés, cuando Jesús da el Espíritu Santo a sus discípulos, ellos no intervienen, tan solo lo acogen. Para acoger al Espíritu de Dios hay que guardar silencio y escuchar con el corazón. Acoger al Espíritu implica pasar de pensar en Dios a aprender a percibirlo en lo más íntimo y profundo de nuestro ser. Es necesario, pues, pasar de la mente al corazón.

El papa Francisco, en su meditación Un plan para resucitar, nos dice que, cuando tenemos una experiencia interior de Dios nuestra fe queda transformada. El Espíritu de Dios despierta nuestra creatividad y nos hace disponibles para ayudar a todo aquel que nos necesite. Esto es especialmente necesario ante las graves consecuencias de la pandemia de la Covid-19. El Papa nos exhorta diciendo: «urge discernir y encontrar el pulso del Espíritu para impulsar las dinámicas que puedan testimoniar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere generar en este momento concreto de la historia» (Vida Nueva. 18-24 de abril de 2020).

Si acogemos al Espíritu del Señor volveremos a nacer a una vida nueva y nos convertiremos en sembradores de esperanza e ilusión en las circunstancias más adversas. Si lo invocamos con fe, el mismo Espíritu vendrá a ayudarnos cuando nos vea en dificultades (cf. Rom 8, 26). Cuando Dios envía su Espíritu, renueva la faz de la tierra y renace la creación (cf. Sl 104, 30).

Así pues, pidamos con insistencia al Señor que nos envíe su Espíritu y reservemos algún momento del día para estar simplemente en actitud consciente de acogida. Ojalá esta oración intensa, en unión espiritual con la Virgen María, nos abra a acoger la acción del Espíritu Santo en cada uno de nosotros.

Ven, Espíritu Santo, padre de los pobres, consuelo de los afligidos, guía de la Iglesia. Envíanos un rayo de tu luz para que sepamos ver a Cristo en todas las personas, especialmente en las que más sufren y en las que están más alejadas de Ti. Sopla sobre nuestros corazones la brisa de la esperanza. Anímanos a sembrar en el mundo la ternura del Padre. Amén.