Fecha: 9 de febrero de 2020

Estimados:

Ha vuelto la campaña de «Manos Unidas», esta Organización no Gubernamental (ONG) de la Iglesia Católica, que lucha contra el hambre en el mundo. Una campaña bien pensada, eficiente y llevada a cabo con claridad total, tanto en el estudio previo como en el destino de las aportaciones. Al llegar febrero, «Manos Unidas» levanta el tono, pero trabaja todo el año porque la campaña tiene gran envergadura y el hambre no tiene espera.

El lema de este año —«Quien más sufre el maltrato al planeta no eres tú»— nos invita a tomar conciencia urgente de la dramática destrucción de nuestra «casa común», con la consiguiente desaparición de ecosistemas y el deterioro del territorio y de la vida en las comunidades más pobres. Esta crisis socioambiental es, en realidad, una crisis de solidaridad, que implica un desequilibrio cada vez mayor. No podemos olvidar que la pobreza y la fragilidad de nuestro planeta son dos caras de una misma realidad que puede llamarse insolidaridad. Y, si entramos en su valoración moral, debemos decir que es un problema de justicia distributiva. Los países desarrollados producimos más de lo que necesitamos. Los expertos afirman que la producción actual, repartida entre los habitantes de la Tierra, proporcionaría sobradamente una dieta y unos de vida de vivir equilibrados para todos.

Con demasiada frecuencia, cargamos sobre los hombros de los Gobiernos la solución de los problemas, lo cual es una muestra de inmadurez de nuestra sociedad. El mejor camino es que sean los propios ciudadanos, desde sus instituciones, quienes sensibilicen la opinión pública y promuevan empresas que conduzcan a una mayor justicia distributiva. Los Gobiernos deben velar por el ordenamiento y la limpieza de estas gestiones, deben tomar las grandes decisiones en este sentido, teniendo en cuenta que si el pueblo ya está sensibilizado por sus propias instituciones, más fácilmente pondrá en práctica su solidaridad.

Abrámonos a un nuevo camino de conversión con una vida más evangélica, más sobria y más comprometida con modelos de desarrollo solidario, que nos permitan conectar —según el documento final del Sínodo del Amazonas «el cuidado de la naturaleza con el ejercicio de la justicia en favor de los más empobrecidos y desfavorecidos de la Tierra, que son la opción preferida por Dios».

El trabajo de «Manos Unidas» está bien pensado, es realista y claro. Desde estas líneas quiero felicitar y alentar a las personas que lo hacen posible. Y os animo a todos a pensar si podríais dedicar parte de vuestro tiempo a este trabajo. Recordad que la propia felicidad se encuentra cuando se busca la felicidad de los demás, porque, como decía Jesús, «hace más feliz dar que recibir» (Hch 20,35).

Vuestro