Fecha: 28 de marzo de 2021

Mis recuerdos del domingo de Ramos guardan relación con la alegría de utilizar ramos de laurel o de olivo, con la sensación de un domingo soleado y con la participación de muchas personas disfrutando de la creación de Dios en la calle rememorando un momento de la vida de Jesús de Nazaret. Aclamado como un rey, como un dios, por un gran gentío a la entrada de Jerusalén. Fue una situación particularmente extraña que aquel que era vitoreado fuese días más tarde despreciado y condenado a muerte como un vulgar asesino.

Ahora acentuamos sólo lo circunstancial. No entramos en el fundamento de la celebración que nos introduce en los días últimos de la vida del Redentor. Es cierto que los ramos acompañan desde muy antiguo el reconocimiento y la glorificación de los vencedores aunque la figura de un pollino que traslada al personaje pone un punto de humildad en este acontecimiento. Hablamos de un aspecto periférico que se ha ganado la definición de este domingo: los arbustos, los árboles, las palmas y los ramos. Todo aquello que hace referencia al mundo de la naturaleza; diríamos mejor a la creación que Dios ha puesto para uso y disfrute del ser humano.

En las últimas décadas se ha extendido una sensibilidad especial hacia las plantas y hacia los animales buscando un equilibrio en su aprovechamiento pero evitando dejar exhausta una fuente de riqueza por explotarla con exceso. Ahí entran los minerales, las plantas y los animales. Seguramente esa sensibilidad se ha despertado en muchos sectores sociales cuando han comprobado que esta generación está abusando de los recursos naturales.

También la comunidad eclesial participa de esta misma sensibilidad. Es cierto que en nuestro santoral abundan figuras que son ejemplo de inmejorable actuación y que el pueblo cristiano las ha venerado y ha pedido su patronazgo. Todos recordáis a S. Antonio Abad, a S. Francisco de Asís, Santa Clara, Santa Isabel de Hungría o S. Diego de Alcalá, se les representa con animales, con floreso con alimentos junto a pobres y mendigos. No podemos alardear sólo de nuestra historia cristiana pero sí contar con personas y documentos que nos permiten reflexionar y actuar con exquisito cuidado respecto a aquellos recursos que nos rodean y nos sirven de sustento.

Hablando de sensibilidades eclesiales actuales me parece oportuno incidir en una encíclica del papa Francisco que publicó en el año 2015 titulada Laudato Si’,Sobre el cuidado de la casacomún.Alguna vez me he referido a la misma. Hoy desearía que los católicos profundizaran en su fe y se alimentaran de los textos del magisterio pontificio. No los podemos olvidar. Necesitamos leer y estudiar su contenido porque están en la misma tradición de la Iglesia: de la nada la creación del universo por parte de Dios, también la del hombre a su imagen y semejanza a quien dio su gobierno. Le confió la casa común para que la conservara y le sirviera.

No me extiendo más en la explicación teológica y pastoral de la encíclica. Acabo con dos frases, a modo de oración, con las que concluye el documento: “Te alabamos, Padre, con todas tus criaturas, que salieron de tu mano poderosa. Son tuyas y están llenas de tu presencia y de tu ternura, Alabado seas”. Y por la tierra: “Sana nuestras vidas, para que seamos protectores del mundo y no depredadores, para que sembremos hermosura y no contaminación y destrucción”.

En este domingo portando los ramos miremos a Cristo y sigamos siempre sus pasos.