Fecha: 17 de maig de 2020

Desde el pasado lunes se pueden celebrar los sacramentos con la participación de los fieles en la mayoría de las parroquias de nuestra diócesis. Es el primer paso de un camino que durará algún tiempo y que debe conducir a la recuperación de la vida eclesial. Durante estos meses hemos alimentado la fe confinados en nuestras casas dedicando tiempo a la oración y la lectura espiritual, y siguiendo las celebraciones a través de los medios de comunicación social o las nuevas tecnologías.

Sin embargo, somos conscientes de que esto no puede convertirse en algo habitual. La fe cristiana tiene una estructura sacramental y eso significa que no se puede vivir plenamente de un modo virtual: Cristo resucitado se acerca a cada uno de nosotros y nos ofrece su gracia en los sacramentos instituidos por Él. La fe se mantiene viva en el encuentro sacramental en el que el Señor llega a nuestra vida y la transforma. La fe viva que salva necesita el alimento de los sacramentos para no morir. Sabemos que debemos tomar algunas medidas sanitarias para evitar que nuestros templos sean foco de contagio para los asistentes y sus familias y que, mientras no se clarifique la situación sanitaria, puede ser conveniente que las personas que, por su edad o salud, están en situación de riesgo todavía no vayan a las iglesias. Os invito a que, teniendo en cuenta estos criterios, cada cual decida en qué momento puede incorporarse a las celebraciones litúrgicas. El decreto de dispensa del precepto de asistir a la Eucaristía los domingos y fiestas de precepto continúa vigente.

Si el encuentro sacramental con Cristo es necesario para que la fe se mantenga viva, no lo es menos el encuentro con la comunidad cristiana. La escucha común de la Palabra de Dios, la participación del mismo Cuerpo de Cristo, la oración de unos por los otros, el testimonio mutuo de perseverar en la fe y el vínculo de caridad que crea entre nosotros la fe que compartimos, es lo que construye día a día la Iglesia. Ciertamente se nos pide que observemos unas normas de distanciamiento físico y que tengamos en cuenta algunos detalles de la celebración: la supresión del signo de la paz y ciertas precauciones a la hora de acercarse a recibir el Cuerpo de Cristo. Que estos detalles de distanciamiento físico no creen barreras de distanciamiento social entre nosotros y que el sentimiento de pertenecer a la Iglesia salga fortalecido de esta situación.

Estos meses no hemos podido celebrar las exequias de los hermanos y hermanas en la fe que han completado su peregrinación por este mundo y han sido llamados por Dios. Esta situación ha sido doblemente dolorosa para las familias, que además del sufrimiento de la separación de un ser querido, han experimentado el dolor de vivir esta circunstancia sin la compañía orante de los amigos y de la Iglesia. Es una herida que entre todos hemos de intentar sanar. Por ello, os quiero invitar a que, cuando sea posible, recéis por ellos celebrando la Eucaristía. El mejor homenaje que podemos dedicar a los difuntos es recordarlos ante el altar del Señor.