Fecha: 9 de mayo de 2021

Leo la prensa sin dejar de respirar el aire de Pascua. Y sé que en la Pascua resucita la libertad. El hombre nuevo, que resucita en Cristo es, ante todo libre, dirá San Pablo (cf. 2Co 3,17). Al mismo tiempo recuerdo el aprecio que, al menos de palabra, tenemos a las madres, hasta el punto de dedicarles un día, con la consiguiente felicitación, regalo, etc.

Ambos sentimientos se juntan en una sorprendente contradicción al leer la prensa. Un artículo comenta la noticia de un estudio de la Universidad Complutense de Madrid, titulado “Apurar la libertad, causa de la baja fecundidad”. El resultado de este estudio sociológico es aplastante. En 2019 los nacidos por mujer en edad fértil en España son 1’17 y la edad media de las madres que tienen un primer hijo es de 32’2 años. La alta valoración de la libertad, concluye el estudio, como autonomía personal, como posibilidad de libertad de movimiento, hace posponer la maternidad – paternidad. Esta es vista como una sujeción y un condicionante total para ser autónomos. Es decir, maternidad – paternidad contra libertad.

Recuerdo el impresionante estudio del profesor Alejandro Macarrón Larumbe “El suicidio demográfico de España” (2011). Por esta vía caminamos hacia una especie de suicidio colectivo.

En absoluto pensamos que la mujer es la única responsable de esta situación. Reconocemos que existen causas que contribuyen a ello, como obstáculos económicos y sociales; así, la conocida dificultad de conciliar trabajo profesional y maternidad. Pero quizá la causa principal sea un modo de entender la libertad que conduce a la soledad, la degradación e incluso a la esclavitud. En el mismo periódico, dos páginas más adelante, se puede leer otro artículo que expone el problema de la legislación sobre la prostitución: frente a un proyecto de ley que busca la abolición, por el vínculo necesario de hecho entre prostitución y abuso o explotación, se presenta otro proyecto que permite la prostitución libremente asumida, aludiendo el derecho de la “libertad sexual” de la mujer. Sorprendente argumento del derecho a la libertad individual para dejarse explotar y utilizar como un objeto, a cambio de dinero. Nos sorprende, porque creemos que el cuerpo no es un objeto, sino que “es persona” y la persona es también su cuerpo.

Naturalmente la prostitución y el aplazamiento o negación de la fertilidad son problemas en sí distintos. No entramos en ellos. Pero hay un punto en el que confluyen: la forma de entender la libertad.

La libertad, el hombre o la mujer libre, que resucitan en Pascua son seres humanos que, ante todo, aman. Y el amor, ciertamente, vincula, pero ese mismo vínculo libera, porque nos hace ser más. Los enamorados se ven atraídos y unidos, pero cuando se vinculan por amor, sienten que son más felices. Solo si uno de los dos introduce la queja de que “ya no se siente libre” la unión entra en crisis.

Para un cristiano es una falacia la contraposición entre libertad y maternidad. Ser madre (padre) forma parte de aquel principio que formuló Jesús: “nadie tiene amor más grande que el que da su vida por los que ama” (Jn 15,13). Nadie es más libre que quien da su vida por amor.