Jesús en el Evangelio invita a sus discípulos a separarse de la multitud, de su ocupación, y retirarse con Él para descansar. Les decía: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco» (Mc 6,31). Es necesario saber equilibrar acción y contemplación, y encontrar tiempo para el descanso anual, semanal y diario, para regenerar la vida y la fe, con el trato con Dios, con los demás y con uno mismo.

Para vivir bien las vacaciones -el descanso anual- y disfrutarlas, el Papa Francisco hace dos años decía que teníamos que aprender a detenernos y apagar el móvil “para cultivar el silencio, contemplar la naturaleza y regenerarnos en el diálogo con Dios». Dejar a un lado las prisas, que roban tiempo en el corazón, y procurar el trato con Dios, recordando que Jesús «todos los días, ante todo, se retiraba en oración, en silencio, en la intimidad con el Padre». Necesitamos descanso físico, y también descanso del alma. Porque no es suficiente con ‘desconectar’, hay que descansar de verdad. Y para hacerlo, hay que volver al corazón de las cosas: detenerse, estar en silencio, rezar, para «no pasar de las prisas del trabajo a las prisas de las vacaciones». Vigilar no caer en la trampa del activismo. Porque acabaremos más cansados que cuando empezamos las vacaciones. «Si nos mantenemos en contacto con el Señor y no anestesiamos la parte más profunda de nuestro ser, las cosas que debemos hacer no tendrán el poder de dejarnos sin aliento y devorarnos.” Debemos poder conectar con los demás, con sus heridas, y necesidades.

El ritmo de la vida y de las familias ha adquirido una velocidad que supera nuestra capacidad de adaptación. Jesús, en el Evangelio, nunca da la impresión de estar agitado por la prisa. A veces incluso pierde el tiempo: todos le buscan y Él no se deja encontrar, absorto como está en la oración. Recomienda a menudo no agobiarse. Entre estas pausas se encuentran precisamente las vacaciones de verano, que quizás estamos viviendo este agosto. Son para la mayoría de las personas la única ocasión para descansar un poco, para dialogar de forma distendida con el cónyuge, jugar con sus hijos, leer algún buen libro o contemplar en silencio la naturaleza; en resumen, para relajarse. Hacer de las vacaciones un tiempo más frenético que el resto del año significa arruinarlas.

Sin embargo, Jesús no se irrita con la gente que no le da tregua, sino que «se conmueve», viéndoles abandonados a sí mismos, «como ovejas sin pastor», y se pone a «enseñarles muchas cosas» (Mc 6,34). Esto nos muestra que también es necesario estar dispuestos a interrumpir hasta el merecido descanso ante una situación de grave necesidad del prójimo. No se puede, por ejemplo, abandonar o aparcar en un hospital, un anciano a nuestro cargo, para disfrutar sin molestias de las vacaciones. No podemos olvidar a las muchas personas que no han elegido su soledad, sino que la sufren. Miremos a nuestro alrededor para ver si hay alguien a quien podamos ayudar a sentirse menos solo, con una visita, una llamada, una invitación a verle un día de las vacaciones: lo que el corazón y las circunstancias sugieran. Y no olvidemos a quienes deben trabajar durante estos días de nuestro descanso. Seamos atentos. En resumen: aprovechemos bien el tiempo de las vacaciones y aprendamos a saber descansar.