Queridos hermanos y hermanas:

Hemos concluido hace poco el Año sacerdotal: un tiempo de gracia que ha dado y dará frutos preciosos a la Iglesia; una oportunidad para recordar en la oración a todos los que han respondido a esta vocación particular. En este camino nos acompañaron como modelos e intercesores el santo cura de Ars y otras figuras de santos sacerdotes, verdaderas luces en la historia de la Iglesia. Como anuncié el pasado miércoles, hoy quiero recordar otra, que destaca en el grupo de los «santos sociales» del siglo XIX en Turín: se trata de san José Cafasso.

Merece un recuerdo especial porque precisamente hace una semana se celebraba el 150° aniversario de su muerte, que tuvo lugar en la capital piamontesa el 23 de junio de 1860, a la edad de 49 años. Además, quiero recordar que el Papa Pío XI, el 1 de noviembre de 1924, al aprobar los milagros para la canonización de san Juan María Vianney y publicar el decreto de autorización para la beatificación de José Cafasso, unió estas dos figuras de sacerdotes con las siguientes palabras: «No sin una especial y benéfica disposición de la divina Bondad, hemos asistido a la aparición de nuevos astros en la Iglesia católica: el párroco de Ars y el venerable siervo de Dios José Cafasso. Precisamente estas dos hermosas, queridas, providencialmente oportunas figuras se nos debían presentar hoy; pequeña y humilde, pobre y sencilla, pero también gloriosa, la figura del párroco de Ars; y la otra bella, grande, compleja, rica figura de sacerdote, maestro y formador de sacerdotes, el venerable José Cafasso». Se trata de circunstancias que nos brindan la ocasión para conocer mejor el mensaje, vivo y actual que surge de la vida de este santo. No fue párroco como el cura de Ars, sino que fue sobre todo formador de párrocos y de sacerdotes diocesanos, más aún, de sacerdotes santos, entre ellos san Juan Bosco. No fundó institutos religiosos, como otros santos sacerdotes piamonteses del siglo XIX, porque su «fundación» fue la «escuela de vida y de santidad sacerdotal» que realizó, con el ejemplo y la enseñanza, en el Internado eclesiástico de San Francisco de Asís, en Turín.

José Cafasso nació en Castelnuovo d’Asti, el mismo pueblo de san Juan Bosco, el 15 de enero de 1811. Fue el tercero de cuatro hijos. La última, su hermana Marianna, será la madre del beato José Allamano, fundador de los Misioneros y las Misioneras de la Consolata. Nació en el Piamonte del siglo XIX, caracterizado por graves problemas sociales, pero también por numerosos santos que se empeñaron en buscarles solución. Esos santos estaban unidos entre sí por un amor total a Cristo y por una profunda caridad hacia los más pobres: la gracia del Señor sabe difundir y multiplicar las semillas de santidad. José Cafasso realizó los estudios de secundaria y el bienio de filosofía en el colegio de Chieri y en 1830 pasó al seminario teológico, donde, en 1833, fue ordenado sacerdote. Cuatro meses más tarde hizo su ingreso en el lugar que para él sería la única y fundamental «etapa» de su vida sacerdotal: el Internado eclesiástico de San Francisco de Asís, en Turín. Entró para perfeccionarse en la pastoral y allí hizo fructificar sus dotes de director espiritual y su gran espíritu de caridad. El Internado, de hecho, no era sólo una escuela de teología moral, donde los jóvenes sacerdotes, procedentes sobre todo de zonas rurales, aprendían a confesar y a predicar; también era una verdadera escuela de vida sacerdotal, donde los presbíteros se formaban en la espiritualidad de san Ignacio de Loyola y en la teología moral y pastoral del gran obispo san Alfonso María de Ligorio. El tipo de sacerdote que José Cafasso encontró en el Internado y que él mismo contribuyó a reforzar —sobre todo como rector— era el del verdadero pastor con una rica vida interior y un profundo celo en el trabajo pastoral: fiel a la oración, comprometido en la predicación y en la catequesis, dedicado a la celebración de la Eucaristía y al ministerio de la Confesión, según el modelo encarnado por san Carlos Borromeo y san Francisco de Sales y promovido por el concilio de Trento. Una feliz expresión de san Juan Bosco sintetiza el sentido del trabajo educativo en aquella comunidad: «En el Internado se aprendía a ser sacerdotes».

San José Cafasso intentó realizar este modelo en la formación de los jóvenes sacerdotes, para que ellos, a su vez, se convirtieran en formadores de otros sacerdotes, religiosos y laicos, en una especial y eficaz cadena. Desde su cátedra de teología moral educaba a ser buenos confesores y directores espirituales, solícitos por el verdadero bien espiritual de la persona, animados por un gran equilibrio en hacer sentir la misericordia de Dios y, al mismo tiempo, un agudo y vivo sentido del pecado. Tres eran las virtudes principales de José Cafasso profesor, como recuerda san Juan Bosco: calma, agudeza y prudencia. Estaba convencido de que donde se verificaba la enseñanza transmitida era en el ministerio de la Confesión, a la cual él mismo dedicaba muchas horas de la jornada; a él acudían obispos, sacerdotes, religiosos, laicos eminentes y gente sencilla: a todos sabía dedicar el tiempo necesario. Fue sabio consejero espiritual de muchos que llegaron a ser santos y fundadores de institutos religiosos. Su enseñanza nunca era abstracta, basada sólo en los libros que se utilizaban en ese tiempo, sino que nacía de la experiencia viva de la misericordia de Dios y del profundo conocimiento del alma humana adquirido en el largo tiempo que pasaba en el confesonario y en la dirección espiritual: la suya era una verdadera escuela de vida sacerdotal.

Su secreto era sencillo: ser un hombre de Dios; hacer, en las pequeñas acciones cotidianas, «lo que pueda contribuir a mayor gloria de Dios y provecho de las almas». Amaba de forma total al Señor, estaba animado por una fe bien arraigada, sostenido por una oración profunda y prolongada, vivía una sincera caridad hacia todos. Conocía la teología moral, pero conocía también las situaciones y el corazón de la gente, cuyo bien procuraba, como el buen pastor. Cuantos tenían la gracia de estar cerca de él se transformaban también en buenos pastores y confesores válidos. Indicaba con claridad a todos los sacerdotes la santidad que se puede alcanzar precisamente en el ministerio pastoral. El beato don Clemente Marchisio, fundador de las Hijas de San José, afirmaba: «Cuando entré en el Internado era un muchacho travieso y alocado, no sabía lo que significaba ser sacerdote, y salí de él totalmente cambiado, plenamente imbuido de la dignidad del sacerdote». ¡A cuántos sacerdotes formó en el Internado y después los siguió espiritualmente! Entre ellos —como ya he dicho— destaca san Juan Bosco, que lo tuvo como director espiritual durante 25 años, desde 1835 hasta 1860: primero como clérigo, después como sacerdote y por último como fundador. Todas las decisiones fundamentales de la vida de san Juan Bosco tuvieron como consejero y guía a san José Cafasso, pero de un modo bien preciso: Cafasso no trató nunca de formar en don Bosco un discípulo «a su imagen y semejanza», y don Bosco no copió a Cafasso; ciertamente, lo imitó en las virtudes humanas y sacerdotales —definiéndolo «modelo de vida sacerdotal»—, pero según sus aptitudes personales y su vocación peculiar; un signo de la sabiduría del maestro espiritual y de la inteligencia del discípulo: el primero no se impuso sobre el segundo, sino que lo respetó en su personalidad y le ayudó a leer cuál era la voluntad de Dios para él.
Queridos amigos, esta es una enseñanza valiosa para todos los que están comprometidos en la formación y educación de las generaciones jóvenes, y también es una fuerte llamada a valorar la importancia de tener un guía espiritual en la propia vida, que ayude a entender lo que Dios quiere de nosotros. Con sencillez y profundidad, nuestro santo afirmaba: «Toda la santidad, la perfección y el provecho de una persona está en hacer perfectamente la voluntad de Dios (…). Dichosos seríamos si consiguiéramos introducir así nuestro corazón dentro del de Dios, unir de tal forma nuestros deseos, nuestra voluntad a la suya, de modo que formen un solo corazón y una sola voluntad: querer lo que Dios quiere, quererlo en el modo, en el tiempo y en las circunstancias que él quiere, y querer todo eso únicamente porque Dios así lo quiere».

Pero otro elemento caracteriza el ministerio de nuestro santo: la atención a los últimos, en particular a los presos, que en Turín durante el siglo XIX vivían en en lugares inhumanos e inhumanizadores. También en este delicado servicio, llevado a cabo durante más de veinte años, Cafasso fue siempre el buen pastor, comprensivo y compasivo: cualidad percibida por los reclusos, que acababan por ser conquistados por ese amor sincero, cuyo origen era Dios mismo. La simple presencia de Cafasso hacía el bien: serenaba, tocaba los corazones endurecidos por las circunstancias de la vida y sobre todo iluminaba y sacudía las conciencias indiferentes. En los primeros tiempos de su ministerio entre los encarcelados, a menudo recurría a las grandes predicaciones, a las que asistían casi todos los reclusos. Con el paso del tiempo, privilegió la catequesis menuda, impartida en los coloquios y en los encuentros personales: respetuoso de las circunstancias de cada uno, afrontaba los grandes temas de la vida cristiana, hablando de la confianza en Dios, de la adhesión a su voluntad, de la utilidad de la oración y de los sacramentos, cuyo punto de llegada es la Confesión, el encuentro con Dios hecho para nosotros misericordia infinita. Los condenados a muerte fueron objeto de cuidados humanos y espirituales especialísimos. Acompañó al patíbulo, tras haberlos confesado y administrado la Eucaristía, a 57 condenados a muerte. Los acompañaba con profundo amor hasta el última aliento de su existencia terrena.
Murió el 23 de junio de 1860, tras una vida ofrecida totalmente al Señor y consumada por el prójimo. Mi predecesor, el venerable siervo de Dios Papa Pío XII, el 9 de abril de 1948, lo proclamó patrono de las cárceles italianas y, con la exhortación apostólica Menti nostræ, el 23 de septiembre de 1950, lo propuso como modelo a los sacerdotes comprometidos en la confesión y en la dirección espiritual.

Queridos hermanos y hermanas, que san José Cafasso sea una llamada para todos a intensificar el camino hacia la perfección de la vida cristiana, la santidad; que recuerde en particular a los sacerdotes la importancia de dedicar tiempo al sacramento de la Reconciliación y a la dirección espiritual, y a todos la atención que debemos prestar a los más necesitados. Que nos ayude la intercesión de la santísima Virgen María, de quien san José Cafasso era devotísimo y a quien llamaba «nuestra querida Madre, nuestro consuelo, nuestra esperanza».

 

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