Fecha: 14 de marzo de 2021

“Salve, custodio del Redentor y esposo de la Virgen María.

A ti Dios confió a su Hijo,

en ti María depositó su confianza,

contigo Cristo se forjó como hombre.

Oh, bienaventurado José, muéstrate padre también a nosotros

y guíanos en el camino de la vida.

Concédenos gracia, misericordia y valentía,

y defiéndenos de todo mal. Amén.”

Con esta hermosa Oración termina el Papa Francisco su Carta Apostólica «Patris corde» del 8 de diciembre 2020, con motivo del 150 aniversario de la declaración de S. José como Patrono de la Iglesia Universal. Una Carta que acercándose la solemnidad de St. José, conviene recordar y meditar, especialmente en el Año de San José que estamos celebrando hasta el 8 de diciembre de 2021.

«Con corazón de padre«: así José amó a Jesús, llamado en los cuatro Evangelios “el hijo de José» (Lc 4,22). Celebrar su fiesta en la Cuaresma nos lleva a pedirle la gracia de la protección concretada en una real conversión a Jesús. S. José acompañó desde Belén, Egipto y Nazaret la larga vida oculta de Jesús, como tanta gente que cada día demuestra paciencia e infunde esperanza.

José es el padre que utiliza la autoridad que la Ley le otorga, para hacer un don total de sí mismo, de toda su vida, al niño, al adolescente y al joven adulto que fue Jesús, y también como esposo y defensor de su Madre, la Virgen María. Y destaca el Papa que José es el padre en la ternura, el padre en la obediencia, el padre en la acogida, el padre del coraje creativo, el padre trabajador, y el padre a la sombra, desde un elocuente silencio. Los santos ayudan a todos los fieles a vivir la plenitud de la vida cristiana y la perfección de la caridad. Su vida es una prueba concreta de que es posible vivir el Evangelio y por ello son ejemplos de vida a imitar. S. José nos anima a imitarlo «a través de su elocuente silencio», como dice el Papa. Callaba y hacía, sostenía, amaba y testimoniaba ejemplarmente su fe, «contra toda esperanza». Jesús aprendió la ternura de Dios en su padre José. En sueños, como medio de manifestar su voluntad, Dios lo instruye para no tener miedo del embarazo de María, para conducir a Egipto a María y el Niño, regresando después a Israel, y yendo a Nazaret «advertido en sueños». En cada circunstancia él lo aceptó todo muy humilde y proclamó su «sí», lleno de confianza. Acogió incluso lo que no había elegido, con un gran coraje creativo, y plantó cara a las dificultades. Era carpintero y de él aprendió Jesús, el valor, la dignidad y la alegría de quien come su pan trabajando, participando en la obra creadora de Dios. Fue padre castísimo que amó sin poseer, dejando que el centro fueran Jesús y María. Viviendo, en una palabra, la lógica del sacrificio como don de sí mismo.

Pedimos al Patrón de toda la Iglesia, que sea un padre para todos nosotros, que nos ayude a caminar por la virtud y a vivir el don de nosotros mismos. Que nos conceda la gracia de las gracias: ¡nuestra conversión!