Fecha: 3 de abril de 2022

A todos nos alegra poder volver a la normalidad de la vida ordinaria. La situación producida por la pandemia alteró muchas costumbres de nuestra sociedad y también produjo variaciones en nuestras vidas tanto en lo personal, como en lo profesional y familiar. Afectó a todos los sectores sociales. Fue muy intensa la repercusión en los hospitales y residencias de mayores. Seguramente nuestra generación no había vivido una situación similar que nos ha conmocionado de forma profunda y mayoritaria. Parece superada la situación.

Dentro de esa llamada normalidad social a la que tendíamos, nos ha sorprendido en las últimas semanas la irrupción de una tragedia en el centro de Europa que se lleva por delante miles de muertos y enorme cantidad de edificios y ciudades destruidas. Se trata de la invasión de Ucrania por parte del ejército de Rusia. Dos naciones vecinas que han tenido un hermanamiento en el pasado no exento de unas relaciones convulsas y que se han visto abocadas a soportar la aniquilación de la una sobre la otra. Parece que ya no sabemos distinguir entre normalidad y lo extraordinario que acontece de modo imprevisto o no pretendido. Casi siempre lo segundo se tiñe de sufrimiento, de sangre y de soledad mientras que lo primero se asienta en la rutina y en la tranquilidad.

Hace falta que los cristianos apliquemos en todo momento lo que con tanta claridad nos propone Jesucristo: la compasión y la misericordia. Necesitamos sentir desde lo más profundo lo que se acerca a los sentimientos de los demás basados en el amor sin condiciones y sin exclusiones. La Pasión y Muerte del Señor nos sitúa ante la realidad de nuestras provocaciones contra los demás, ante las maldades cometidas. Su misma Resurrección nos permite afirmar el triunfo de la bondad y de la vida sobre el pecado y la muerte. Todo queda asumido en la persona de Jesús, todo encuentra su explicación, todo lleva a superar los odios y a realizar el contenido del Sermón de la Montaña con paráfrasis y explanaciones de muchos que lo han meditado y nos ofrecen sus propias reflexiones, “Bendecid a los que os persiguen, no maldigáis. Alegraos con los que se alegran, llorad con los que lloran… sin devolver a nadie mal por mal… No te dejes vencer por el Mal, antes bien, vence al Mal con el Bien”. Sed misericordiosos y encontraréis misericordia.

Algunos preguntarán cómo llevar a la vida diaria estos consejos y mandatos evangélicos. Y la respuesta camina siempre en la misma dirección, actuando con el estilo de Jesús. A Él mismo le hemos de pedir coraje, convicción y esperanza de que sólo así conseguiremos un trato de hermanos. No aceptemos con resignación que ese modo de proceder resulta imposible en determinadas circunstancias; no nos conformemos con unas relaciones superficiales y vacías de contenido, volemos alto y contemplemos la realidad actual con interés por transformarla proponiendo procesos de mejora entre las personas cercanas y lejanas. Tengamos la misma mirada de Cristo en lo alto de la cruz ofreciendo el perdón y abriendo el corazón a la misericordia.

Desearía transmitir a todos vosotros la impresionante grandeza de la celebración de la Semana Santa. La actualización, un año más, de los últimos días de Jesucristo posibilita, por su sufrimiento y consiguiente salvación de la humanidad, un radical cambio de nuestra vida. Es un cambio personal. También un cambio comunitario. La historia de nuestro pueblo recoge una manifestación colectiva de fe y de religiosidad popular. No queremos quedarnos sólo en los vestidos y recorridos callejeros. Os invito a participar de forma activa en alguna de las muchas hermandades, cofradías y asociaciones que nos impulsan a interiorizar y a vivir con coherencia lo que celebramos.

Un último deseo para compartir con todos, que acudáis a los actos litúrgicos de vuestras parroquias; viviréis intensamente en comunidad el misterio de Jesucristo