Fecha: 6 de junio de 2021

Compartir acerca a las personas y crea inmediatamente un entrañable vínculo entre ellas. Compartir es una curiosa operación de aritmética, es dividir para multiplicar, así lo hacemos cuando compartimos las adversidades para multiplicar las esperanzas. Y, curiosamente, compartir, sea lo que sea, nos iguala y nos une.

Los católicos anhelamos un mundo que sea un único pueblo habitado por más de siete mil millones de vecinos y vecinas que se conocen y se ayudan. Un pueblo en el que todo lo que pasa nos importa, porque todos somos familia de Dios y nadie debería quedarse fuera. Somos pueblo de Dios, una única familia que vive en un mismo hogar, un planeta que es una tierra común, plural y diversa que nos acoge. Somos naturaleza, somos tierra, somos vida creada y regalada por Dios.

A la Iglesia nos importa lo que les ocurre a nuestros hermanos más desfavorecidos, por ello, aunamos esfuerzos y actuamos. En el año 2020, gracias a la labor de cientos de profesionales y miles de voluntarios de Cáritas Diocesana de Barcelona y de las Cáritas parroquiales, se atendieron a más de 120.000 personas. Esto ha sido posible gracias a la solidaridad de cerca de 12.000 socios y donantes, cuyas aportaciones han permitido cubrir las necesidades más básicas, como la alimentación o la vivienda. A pesar de un contexto desfavorable, gracias a Cáritas Barcelona, más de mil personas encontraron trabajo. Es la acción del pueblo de Dios, que peregrina en Barcelona y que lucha por un mundo sin desigualdades sociales.

El cansancio, el agotamiento y el deseo de que vuelva la normalidad lo antes posible, no nos puede hacer olvidar que hay que instaurar una nueva normalidad que llegue a todos los hogares. No queremos volver al mismo punto de partida de antes de la crisis de la Covid, sino que queremos ir hacia una normalidad nueva, más justa y fraterna, construida desde una familia que nos hace hermanos, que corrija las crecientes desigualdades.

Hoy que celebramos la solemnidad de Corpus Christi, el Día de la Caridad, desde este pueblo universal queremos celebrarlo reconociendo, como dice el papa Francisco, que «el amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no solo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a las “macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas”» (Laudato si ’, 231).

«Tomad, comed: esto es mi cuerpo. […] Bebed todos; porque esta es mi sangre» (Mt 26,26-28). En cada Eucaristía, este testimonio vivo de amor nos convoca a hacer presente la vida, muerte y resurrección de Jesús y a acoger su amor en nuestro corazón. Este memorial del Señor nos transforma para compartir con los demás lo que somos y tenemos. Seamos buen pan que se parte y se comparte para hacernos cercanos y cercanas a las personas más pobres y necesitadas.

Queridos hermanos y hermanas, necesitamos renovar el estilo de vida y crear espacios de amor fraterno y solidario. Vivamos más atentos a nuestros vecinos y vecinas. Cambiemos la mirada y acerquémonos a la realidad, como lo hizo el buen samaritano. Impliquémonos en lo más cercano y no pasemos de largo, seamos coherentes con lo que creemos. ¡Seamos más familia! ¡Seamos más pueblo! ¡Seamos hermanos!