Fecha: 23 de octubre de 2022

Estimadas y estimados. ¿Os habéis fijado que cuando alguien padece una enfermedad que tiene por un caso único, se encuentra inesperadamente con un grupo de personas que tienen o han tenido la misma enfermedad? Todo el mundo hace sus recomendaciones: Tal médico curó, este medicamento fue «mano de santo»…, las aguas de tal lugar… Y resulta que nadie cree pisar los derechos del amigo al recomendar el remedio que lo ha curado.

El Concilio Vaticano II promulgó el decreto sobre libertad religiosa, empezándolo a aplicar al cabo de unos años. No siempre hemos hecho un uso correcto y con demasiada facilidad nos hemos ido por los extremos. En el ámbito religioso, nos ha invadido una especie de complejo y nos parece que cualquier «tono mayor» puede atentar contra los derechos ajenos.

Hoy es el día de las Misiones, la Jornada del Domund, que este año ha elegido el siguiente lema: «Seréis mis testigos», inspirado en las palabras de Jesús resucitado a sus discípulos, tal como encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles (1,8). ¿Qué tiene de extraño que, si he descubierto en Cristo el secreto contra mi mal, lo anuncie a quienes amo, mientras lo haga sin imposiciones ni herir los sentimientos de nadie?

El papa Francisco, en el mensaje para el Domund de este año, nos dice que el Espíritu Santo inspira a «hombres y mujeres sencillos para misiones extraordinarias». El Espíritu «da la palabra justa, en el momento preciso y en la forma apropiada. Y, acto seguido, rinde homenaje a aquellos testigos que pusieron en marcha las diversas Obras Misionales Pontificias y a todos los que viven el hecho de que “la Iglesia es misionera por naturaleza”». Como Iglesia diocesana, el Domund nos recuerda la obra misionera en todo el mundo y, especialmente, la donación de los veintisiete misioneros y misioneras de nuestra Archidiócesis que anuncian el Evangelio en los lugares más insospechados. Pero también, el Domund nos recuerda que todo bautizado y bautizada debe ser misionero o misionera en su propio ambiente.

En un artículo de hace unos años, que comentaba la elección del papa Juan Pablo I recién beatificado, encontré la siguiente frase: «Nunca he oído de ningún líder que dijera “amen a sus enemigos…”», sin embargo, se convierte en una norma excelente para una buena convivencia. Cristo nos da ese mandamiento fundamentado en que Dios es Padre de todos y quiere integrarnos en su familia. Anunciar, pues, el mensaje de Cristo a una humanidad afectada por el individualismo, de discriminaciones raciales y de odios de clase, ¿es faltarle al respeto? Si tengo experiencia de que Cristo cura mi egoísmo y me da una esperanza que no me ofrece nadie más, es normal que lo recomiende a quienes sufren la misma desgracia. Cuando se tiene una verdadera experiencia de Evangelio ya no se puede quedar encadenado. Se comunica espontáneamente, se desea que quienes amamos la tengan igualmente.

El Domund nos pregunta hasta qué punto Jesús de Nazaret es luz para nosotros y, si lo es, ¿por qué tipo de complejo no debemos anunciarlo, convirtiéndonos en sus testigos? Él mismo nos empuja. Nos dice: «Lo que yo os digo en la oscuridad, repetidlo en pleno día» (Mt 10,27).

Vuestro.