Fecha: 20 de marzo de 2022

Estimados y estimadas. Hasta hace cincuenta años, las ordenaciones sacerdotales solían hacerse en grupo en el mismo Seminario. Unos días después de la ordenación, el nuevo sacerdote celebraba la primera misa cantada, normalmente en su parroquia. Era una fiesta de las más lucidas y se ampliaba con una comida en la que eran obligados los parlamentos emotivos y las recomendaciones alentadoras al misacantano. Precisamente, sobre este hecho, siendo todavía seminarista en Girona, el entonces obispo Jaume Camprodon nos había explicado que, siendo él un joven capellán, había asistido a una Misa nueva en la que fue invitado el maestro Carles Riba. Durante la sobremesa le tocó el turno de hablar y lo hizo con dicción medida y frases bien cortadas, como el escritor y poeta sabía hacerlo. Empezó: estoy gestando una obra «que escribo con mucho tormento». Se refería a la que sería su última obra, Esbós de tres oratoris (1957), uno de los cuales versa sobre Lázaro, el resucitado. Explicó cómo veía a Cristo de pie ante la tumba y llamando a Lázaro a la vida. Lázaro, decía él, podía responder sí o no al grito del Maestro, era libre. Y Lázaro se decidió por la vida. Entonces, Carles Riba aplicó la escena al nuevo sacerdote: «Podías decir sí o no a Jesús que te invitaba a seguirle. Más de una vez te habrá asaltado la duda. Has dicho sí a la Vida; afortunado de ti».

Hoy la mayoría de ordenaciones sacerdotales no son en grupo numeroso, salvo en ocasiones esporádicas. Sin embargo, en ellas participa con gozo todo el Pueblo de Dios, convirtiéndose en una fiesta de toda la Iglesia. Pero, tanto ahora como antes, convertirse en sacerdote implica haber dicho sí a la Vida, lo que significa creer en el Amor. Y una cosa y otra constituyen un servicio que la sociedad necesita como nunca.

Jóvenes habrá siempre; y personas necesitadas de esperanza y deseosas de que se les hable del Amor con letras mayúsculas hoy hay más que nunca. Seguro que más de uno de nuestros jóvenes, como el profeta Isaías, oye la voz del Señor que le dice: «¿A quién enviaré? ¿Quién nos irá?». Pero, ¿quién será suficientemente atrevido para responder como el profeta?: «Aquí me tienes. Envíame» (Is 6,8). No faltará quien les desaconsejará esta opción. Y personas que lo desaconsejen ahora hay más que nunca. De manera parecida a lo que explicaba el papa Benedicto XVI cuando en diciembre de 1944, fue llamado al servicio militar y el comandante preguntó a cada uno qué querían ser en el futuro. Él respondió que quería ser sacerdote católico. Y el comandante le replicó: «Pues usted debe buscar otra cosa. En la nueva Alemania ya no hay necesidad de sacerdotes» (Carta a los seminaristas, 18 octubre 2010). ¡Al cabo de medio año ya se vio que sí había necesidad!

Una cosa es la prudencia que siempre debe tenerse, sobre todo a la hora de las decisiones cruciales, y otra es hacer caso de voces que han optado por un proyecto de vida distinto al del Evangelio. Incluso, a veces, estas voces pueden provenir de algunos que, aparentemente, no serían tan contrarios a la fe cristiana, pero se les ha desvanecido el aliento del Espíritu que en otro tiempo latía en sus corazones. ¡Jóvenes, ante estas voces, sed osados! Tened presente que cada uno es responsable de su respuesta. ¡Ánimo!

Vuestro,