Fecha: 21 de abril de 2024

Qué sea un buen pastor, nos lo fue diciendo Jesús en sus discursos y nos lo fue demostrando con sus obras. Basta recordar lo que Jesús hizo y hace por nosotros para saber qué significa un Buen Pastor. Su presencia viva en el caminar de nuestra Iglesia da esa seguridad, esa firmeza, que nos permite ir atravesando valles oscuros y disfrutando de la mesa abundante de su gracia.

Uno de los medios por los cuales Él se hace presente en nuestro camino es el ministerio de los sacerdotes. Hoy la mera existencia de un buen pastor en nuestra Iglesia es ya un signo de resurrección. Por muchas razones.

– En primer lugar, es un signo de que Jesús Resucitado pensó y piensa en nosotros; es un signo de que llamó y sigue llamando a algunos de sus discípulos para que cuiden de su Pueblo en su nombre. Los evangelios sinópticos sitúan el envío de los discípulos, y en especial de los Apóstoles, al final del relato evangélico, dando a entender que con ello culminaba su obra en la tierra.

– En segundo lugar, encontrar entre nosotros un buen pastor, significa que Jesucristo Resucitado sigue presente y vivo cuidando de nosotros en las personas de los pastores que Él eligió, llamó y consagró.

– En tercer lugar, la existencia de buenos pastores en nuestra Iglesia muestra que el Espíritu del Resucitado sigue inspirando generosidad y amor en cristianos que han respondido a la llamada especial para el servicio ministerial.

Efectivamente, el encuentro con el Resucitado consiste esencialmente en la llamada a creer, que Él dirige a todos y cada uno, y la respuesta personal de fe. Pero este hecho siempre se desarrolla en una forma concreta de servicio a Dios y a los hermanos (y por lo mismo, todas las formas de servicio en la Iglesia tienen su origen en respectivas llamadas). En algunos este desarrollo de la vocación y la respuesta de fe consiste en estar dispuesto a entregar la propia vida en el ejercicio del ministerio apostólico.

Si hay sacerdotes entre nosotros es porque Cristo resucitó y sigue vivo. Si sigue vivo, Él continua amándonos en concreto, como Buen Pastor.

Muchos extraerán consecuencias críticas, semejantes a las que lanzaba Nietsche refiriéndose a los cristianos: “si los cristianos (sacerdotes) son, o han de ser, signos de Resurrección, no se les nota mucho… Necesito compañeros vivos, no cadáveres con los que tenga que cargar”. Típica censura que, basada en una verdad, pierde validez cuando se pide explicación: ¿qué se entiende por “signo de resurrección o de vida”?; ¿qué entendemos por buen pastor, que hace presente al Resucitado?

Nietsche respondería que un buen pastor es alguien bien “empoderado” (según decimos hoy). Muchos dirán que los sacerdotes han de ser simpáticos, alegres, imaginativos, ocurrentes, siempre positivos… Jesús nos dijo que el rasgo que identifica al buen pastor es que da la vida por sus hermanos a quienes sirve. No sólo “que da la vida”, sino que da “su vida” (Jn 10,13). Contrariamente al mal pastor que se define como aquel que “se pastorea a sí mismo y vive de las ovejas” (Ez 34,1-3).

El verdadero signo de Resurrección es el pastor que ama, como hizo el Resucitado: el amor no murió sino que sigue vivo en el pastor, cuando éste llega a entregar su vida hasta el extremo.