Fecha: 12 de mayo de 2024

Hace años el texto del Libro de los Hechas de los Apóstoles que narra la escena de la Ascensión de Jesús (Hch 1,1-11) era muy recurrido en nuestra predicación. Era, y es ciertamente, un texto muy apropiado para corregir y denunciar, una fe evasiva, solo contemplativa, solo “religiosa”. Hacíamos nuestra la palabra de los ángeles: ¿Qué hacéis ahí plantados mirando el cielo? Y añadíamos las palabras del mismo Jesús encomendando una tarea, llamando a la acción de ser testigos (“Seréis mis testigos… Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”)

No sabría decir si hoy este recurso de recurrir a dichos textos del Nuevo Testamento para deshacer un cristianismo evasivo resulta una práctica igualmente necesaria o urgente. ¿Constatamos hoy también una fe evasiva, incluso “alienante”, como solíamos decir, que necesite ser corregida? ¿Miramos exclusivamente el cielo, olvidando la tarea de testimoniar la fe?

Hagamos algunas precisiones:

       El objeto de nuestra denuncia durante muchos años no era exactamente el olvido de ser testigos de la fe, sino el olvido de la acción transformadora del mundo, que se entendía como sinónimo del compromiso de la fe.

       La mirada a la tierra se hizo programática. Se tenía la convicción de que este modo de presentar la fe sería bien acogido por el mundo moderno en general, puesto que coincidía con el lenguaje y la sensibilidad que flotaba en la cultura, especialmente en campo de la acción política, que luchaba para alcanzar una utopía.

       Esta manera de pensar hizo cambiar nuestro lenguaje, mediante la incorporación de expresiones y términos asumidos del mundo de la acción transformadora.

       Hemos de reconocer que esta evolución ha tenido sus efectos positivos. Pero hoy hemos podido comprobar que los resultados de esa concentración, prácticamente exclusiva, en un aspecto reducido de la fe, silenciando otros esenciales (como diría el filósofo Jean Guitton), ha producido profundos vacíos.

       Unos vacíos que constituyen una de las causas principales de la esterilidad de la actividad evangelizadora.

En este punto recordamos, una vez más, aquella gran testigo de la fe que fue María Skobstsov. Convertida del marxismo a la fe de la Iglesia Ortodoxa, entregada en París a la atención a los paisanos refugiados, condenada a muerte por los nazis en el campo de Revensbrück, conducida a la cámara de gas, a la vista del humo que salía por las chimeneas de los crematorios, decía a sus compañeras de cautiverio: “Sólo es siniestro al salir de las chimeneas. Pero mirad cómo se eleva hacia el cielo infinito…”

Hace más de dos mil años, Jesús demostró que en Él tierra y cielo se fundían en una única verdad. Sin el cielo, la tierra es un cajón oscuro, cerrado y estrecho, en el que ni la acción más justa, ni el amor más entregado, ni el sufrimiento más asumido, ni la mejor obra en favor de la humanidad, tienen sentido. La mirada al cielo hace posible la acción en la tierra. En Jesús resucitado la utopía ya está realizada: con Él vamos haciéndola posible en esta tierra.