Fecha: 17 de marzo de 2024

Quizás el clamor de los agricultores ha resultado incómodo para algunos, pero en nuestra Diócesis de Urgell lo vivimos más de cerca y sabemos que la razón les asiste. Les afecta mucho la bajada de la producción por la sequía, el encarecimiento de los costes de producción, que no pueden trasladar a los precios, las crecientes exigencias burocráticas, la insuficiencia de las ayudas y, en definitiva, el progresivo descenso de ingresos ha derivado en un estallido de indignación previsible, larvado desde hace años. Aquí y en otras partes se ha hecho difícil vivir de la actividad agrícola y ganadera y deben cerrarse muchas explotaciones, con consecuencias negativas de todo orden en nuestras zonas rurales. Es cierto que ésta es una problemática de alcance mundial, que afecta sobre todo a pequeños productores agrícolas, a menudo explotaciones familiares, que vienen de muchas generaciones anteriores, y que ven como una economía cada vez más globalizada, la degradación medioambiental y el cambio climático acaban forzando a vender las tierras o abandonar cultivos. Y esto no es justo y no podemos permitírnoslo.

Gobernantes y conjunto de la sociedad debemos tomar conciencia de la aportación central del mundo rural para el desarrollo sostenible de un país y debemos actuar con coherencia. El trabajo agrícola tiene una función social, cultural, económica y ambiental de primer orden, que debe ser protegida. La Iglesia se siente solidaria y queremos estar a su servicio. La Doctrina Social de la Iglesia se ha pronunciado a menudo en este sentido (Compendio de DSE nº 299) y reclama que se implementen políticas que den valor a la agricultura y a los trabajadores del campo, que son la base de una sana economía. Y pide que se reflexione sobre el significado del trabajo agrícola y sus múltiples dimensiones, avanzando hacia una agricultura más valorada y relevante en la vida social y económica del país.

El Papa Francisco sobre esta problemática, ha recordado a las autoridades que tienen «el derecho y la responsabilidad de tomar medidas de claro y firme apoyo a los pequeños productores y a la variedad productiva» y «poner límites a quienes tienen más recursos y poder financiero». Insiste en la importancia de evitar que formas concentradas de explotación y degradación ambiental destruyan los recursos de subsistencia locales y las capacidades sociales que han otorgado identidad cultural. Y recuerda al Papa que, para muchos pueblos, la tierra no es sólo un bien económico sino también un don de Dios y de sus antepasados, un espacio sagrado que sostiene su identidad (cf. Encíclica Laudato si’, nn. 129, 145, 146).

La agricultura tiene un papel esencial en la dinámica del desarrollo sostenible de un país como catalizador de otras actividades económicas y sociales. Es necesario un impulso a la inversión en agricultura sostenible y en agroecología, así como la creación de infraestructuras adecuadas en las áreas rurales, con el uso de tecnología e innovación, valorando los recursos locales. Saber diseñar estrategias para ayudar a pueblos y comarcas, promocionando el trabajo de los jóvenes agricultores y ganaderos, dándoles facilidades de acceso a la tierra, al crédito y a los mercados locales, y procurando apoyo a las familias rurales, productoras del 80% de los alimentos a escala mundial. ¿Y los consumidores? También son muy importantes para apoyar las economías rurales, defendiendo los ecosistemas y aprendiendo estilos de vida más sobrios, sostenibles y contemplativos de la naturaleza. ¡Esto también será dar gloria a Dios!