Fecha: 24 de abril de 2022

Este segundo domingo de Pascua la Iglesia nos invita a leer un precioso episodio del Evangelio según san Juan. Este relato nos ayudará a mantener viva nuestra fe y a llenar nuestra vida de la alegría que Jesús resucitado nos ofrece.

Anochece en Jerusalén. Jesús ha muerto en la cruz. Los discípulos están reunidos en una casa que tiene las puertas bien cerradas. El dolor y el miedo han cerrado también el corazón de los seguidores de Jesús.

Todo parece perdido. Sin embargo, de pronto, algo maravilloso sucede. Jesús se presenta en medio de la comunidad. Al verlo, los discípulos se conmocionan. Tras el miedo y la sorpresa inicial, recuperan la paz y se sienten perdonados por Dios. Sus miedos se desvanecen y se sienten invadidos por una alegría inmensa.

A continuación, Jesús exhala su aliento sobre los discípulos. Es el Espíritu Santo. El Espíritu de Jesús transforma a los primeros discípulos en una comunidad viva, que será capaz de llevar la esperanza y el consuelo a todo el mundo. También a nosotros, el encuentro con Jesús resucitado nos convierte en testimonios de la paz, del perdón y de la alegría del Reino de Dios. Dejemos que el Espíritu Santo renueve nuestros corazones con su fuerza creadora.

La segunda parte de este hermoso pasaje del Evangelio según san Juan nos muestra el camino de fe de uno de los doce apóstoles: santo Tomás. Tomás no estaba presente y no cree en el testimonio de sus compañeros. Tiene dudas y necesita más pruebas. Al cabo de ocho días, el domingo siguiente, el Señor resucitado regresa. Jesús le muestra a Tomás las heridas de su Pasión y le invita a poner el dedo en ellas. Tomás no llega a tocar a Jesús. Recupera la fe cuando siente que el Señor le ama. Vuelve a creer cuando Jesús le invita a confiar de nuevo en él y le dice: «no seas incrédulo, sino creyente» (Jn 20,27).

También nosotros podemos ser como Tomás. Nos cuesta encontrar a Jesús en nuestra vida de cada día y a menudo dudamos del testimonio de nuestros hermanos. Sin embargo, Jesús sigue llamando a la puerta de nuestro corazón y nos dice que no tengamos miedo, solo fe. Y es que solo seremos felices de verdad cuando sin haber visto a Jesús le amemos, y aún sin verlo creamos en él (cf.1Pe 1,8). Será en ese momento cuando, aún en medio de nuestras dudas, podremos decir como Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28).

Según el evangelista Juan, Jesús resucitado se presentó ante los discípulos dos veces en ocho días, ambas en domingo. Un dato significativo, porque también en domingo Jesús se hace presente, después de más de dos mil años, en la eucaristía dominical. La eucaristía es el memorial de la muerte y la resurrección de Jesús. Él nos espera cada domingo y en cada Eucaristía, ¡encontrémonos con él! ¡Dejemos que Él se encuentre con nosotros!

Queridos hermanos y hermanas, Tomás reconoció a Jesús cuando vio las heridas de la Pasión. Que el evangelio que hemos leído este domingo nos ayude a reconocer a Jesús en los crucificados de nuestro mundo.