Fecha: 6 de febrero de 2022
En un comentario anterior (12 de diciembre de 2021) anuncié que los obispos de las Provincias de Tarragona y de Barcelona, que forman la llamada Tarraconense, realizarían la Visita ad limina durante la segunda semana del mes de enero, del día 10 al 15.
Unas semanas después me parece oportuno dar información a toda la diócesis del resultado de dicha Visita al Papa que, como estaba previsto, se realizó con cordialidad y con mucho provecho. Además se cumplieron los fines fundamentales explicados en la glosa de diciembre.
Tal como quedó establecido por la Santa Sede y la Conferencia Episcopal Española el conjunto de los obispos españoles fue distribuido en cuatro semanas. A nuestras Provincias de Cataluña junto a la de Valencia (diócesis valencianas y de las islas Baleares) se les asignó la misma semana. Juntos, unos 22 obispos, participamos en todos los actos programados que consisten en las celebraciones en las basílicas romanas, visita a las distintas Congregaciones y audiencia del Santo Padre. Esta última, seguramente la más esperada y emotiva, nos llevó toda la mañana del viernes, 14 de enero.
No pretendo hacer una crónica de este acontecimiento eclesial. Sólo expresar mis sentimientos personales y, a la vez, dar una breve información a todos los católicos de nuestra diócesis. Respecto a lo primero, en el tema de los sentimientos, manifestar la inmensa alegría de volver a Roma a postrarse ante las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo y comprobar la universalidad del mensaje de Jesús de Nazaret enraizado en todos los pueblos y culturas del mundo. Allí se nota más que en otras partes la catolicidad de la Iglesia. También os he de manifestar la confianza del papa Francisco, su cercanía, su autenticidad al exponer los retos de la Iglesia ante el mundo de hoy, su capacidad de escucha ante los temas de evangelización que los obispos le planteamos; también nos insistió en ser personas de esperanza; nuestra Iglesia está asistida por el Espíritu Santo y tiene asegurado su caminar hacia el futuro y en todas direcciones; nos pidió que no olvidemos nunca a los que carecen de casi todo y que animemos a nuestras comunidades diocesanas a participar intensa y sinceramente en el proceso sinodal que estamos viviendo. Fue una mañana de viernes que no olvidaré nunca por la gran libertad ante los temas propuestos, por el clima de oración mantenido y por los ánimos recibidos del Sucesor de Pedro. Reitero mi petición de oraciones para que los pastores del rebaño del Señor sepamos guiarlo con valentía y autenticidad.
Durante toda la semana hubo reuniones de trabajo en las sedes de los diversos departamentos pastorales que se llaman Congregaciones. Estuvimos en las siguientes: Culto Divino, Doctrina de la Fe, Clero, Obispos, Educación Católica, Promoción de la Nueva Evangelización, Laicos, Familia y Vida, Servicio de Desarrollo Humano Integral, Institutos de Vida Consagrada y, por último, Sínodo de Obispos. En todos ellos se seguía un esquema similar: sus responsables explicaban el estado actual de los asuntos de su competencia y los obispos preguntaban, exponían alguna dificultad de su respectiva diócesis o comunicaban determinada experiencia pastoral que podía servir para aplicar en otras partes. Fueron reuniones muy provechosas; se habló, se escuchó y se intentó establecer criterios comunes de actuación en todas las iniciativas pastorales de la Iglesia en general y de cada diócesis.
A primeras horas de la mañana de cada día de la semana celebramos la Misa en una de las Basílicas Romanas: San Pedro, San Pablo Extramuros, Santa María la Mayor y San Juan de Letrán. El viernes por la tarde acompañamos al Cardenal Omella a celebrar la Santa Misa en la parroquia romana de la que es titular, Santa Cruz en Jerusalen.