Fecha: 17 de septiembre de 2023

Estimadas y estimados. En el dintel del portal de una de nuestras abadías rurales, el sacerdote hizo grabar la siguiente leyenda: «Porta patens esto, nulli claudaris honesto». Que quiere decir: «Portal, estés abierto a toda persona leal». Se trata de unas palabras que podrían ser esculpidas en la entrada de cada uno de nuestros pueblos y ciudades, y en cada paso fronterizo, invitando al libre tráfico de los ciudadanos de buena voluntad que nos vienen de fuera.

Hoy la Iglesia celebra la «Jornada Mundial del Turismo», y debemos poder decir a quien nos visita: «¡pasad el portal, que estáis en vuestra casa! Estamos contentos y agradecidos de vuestra presencia y de los aires de universalidad que nos traéis. Disfrutad de la naturaleza y del patrimonio cultural, pródigo con creces, así como de los servicios preparados para haceros la estancia más agradable».

Los días de recreo permiten usar más libremente del tiempo y, por tanto, reflejar mejor quiénes somos. Son días de recreación y reedificación de la propia persona. Días de calma, de visitas recreativas y culturales, propicias también para reordenar los valores del espíritu.

Sin embargo, no podemos caer en angelismos. La experiencia dice también que hay quien aprovecha las vacaciones y la llegada de los turistas para aparcar estos valores. Y es lamentable que el afán de ganancias económicas o de placer fuera de lugar, pasen por encima de ellos. Si la Europa de los pueblos no se fundamenta, ante todo, en el respeto y la confianza mutuas, no durará mucho tiempo.

Pero, cada vez más, turistas hay todo el año. Sobre todo, en nuestro país que, aparte de la naturaleza, podemos ofrecer un patrimonio cultural inigualable. Es decir, el ochenta por ciento de nuestro patrimonio es religioso y, por lo tanto, vinculado a la Iglesia. Éste es el motivo por el que, desde el arzobispado, queremos potenciar el Secretariado de pastoral del turismo, vinculado a la Delegación de Cultura, reestructurada recientemente.

El papa san Juan Pablo II, en su Carta a los artistas (4 abril 1999), recordaba cómo «la Sagrada Escritura se ha convertido en una especie de inmenso vocabulario» y de «atlas iconográfico» «del que se han nutrido la cultura y el arte cristiano». Éste es el patrimonio religioso de nuestras catedrales, iglesias y monasterios que debemos saber ofrecer a quien nos visita todo el año. Goethe estaba convencido de que el Evangelio era la «lengua materna de Europa». La Biblia es «el gran código» de la cultura universal: los artistas han impregnado sus pinceles en este alfabeto teñido de historias, símbolos, figuras… De todo este vasto capítulo de fe y de belleza en la historia de la cultura, se han beneficiado los creyentes en su experiencia de oración y de vida. Para muchos de ellos, en épocas de escasa alfabetización, las expresiones figurativas de la Biblia representaron una gran mediación catequética. Y ahora, que la alfabetización ha llegado a todo el mundo, pero a la vez empeora bastante la cultura bíblica y religiosa, el patrimonio religioso que tenemos para ofrecer puede convertirse en una valiosa herramienta de evangelización. Para todos, creyentes o no, las obras inspiradas en la Escritura son un reflejo del misterio insondable que rodea y está presente en el mundo. Por eso, la Biblia ―que también enseña el camino de la belleza para comprender y llegar a Dios― no sólo es necesaria para el creyente, sino para todos, para descubrir los significados auténticos de las diversas expresiones culturales, y para reencontrar nuestra identidad histórica, civil, humana y espiritual.

Vuestro,