Fecha: 13 de diciembre de 2020

Cuando escribimos algo pensando en los demás queremos transmitir sentimientos, comunicar alguna noticia o dar consejos. Al menos eso me ocurre a mí. Y lo hacemos siempre basándonos en nuestras propias experiencias o recurriendo a escritos de otras personas que nos sugieren aspectos provechosos para nuestra propia vida.

Durante las últimas semanas he leído algunos artículos e informes sobre la situación actual que me han llevado a una reflexión sobre mi vida personal y sobre la influencia que mis palabras o escritos ejercen sobre los demás. Se repiten las mismas ideas que durante las primeras semanas de la pandemia allá por el mes de marzo; se dan idénticos consejos; se acentúan las restricciones y las medidas sanitarias. Y todo ello produce un gran temor e incertidumbre entre nosotros porque aumentan los contagios con los consiguientes fallecimientos a nuestro alrededor. Hay una cierta perplejidad y rechazo ante lo que ocurre mientras los cristianos vivimos el tiempo del Adviento y queremos acompasar la situación ambiental con nuestra fe. Necesitamos que Jesucristo ilumine nuestro caminar para que no sucumbamos en el pozo del desánimo y nos fortalezcamos con la virtud de la esperanza.

En esta línea me gustaría que todos tuviéramos una actitud más solidaria con los demás viviendo con una actitud de mayor austeridad personal. No hace falta tenerlo todo y al mismo tiempo. No queramos acaparar cosas en esta sensación compulsiva y generalizada. Examinemos qué es lo más importante en nuestra vida; seguro que acabamos pensando en las personas más que en los objetos o cosas a nuestro servicio. Que los cristianos de hoy sepan vivir con poco porque comparten con mucho. Y en el marco de la austeridad utilizad la ternura en vuestras relaciones personales. Hay mucha gente a nuestro alrededor que necesita una palabra que anime, un gesto que consuele, una actitud que le ayude a recobrar la esperanza.

Existe otro mantra que se escucha a menudo. Nada será igual después de esta pandemia. Habrá cambios importantes en las estructuras sociales y en los resortes anímicos de los individuos. Algunos informes se esfuerzan en describir los aspectos negativos de esta sociedad que entre todos hemos contribuido a construir; otros se atreven incluso a dar pautas para los futuros cambios.

Algunos conceptos están en boca de todos. El individualismo, el consumismo, la soledad, el miedo, el olvido y el rechazo del semejante… y tantos otros.

El cambio es un fenómeno corriente en todas las épocas. En cristiano lo llamamos desde siempre conversión que es una profunda realidad en el corazón del ser humano y le impulsa a mirar a Cristo para hacer el bien a todos.

¿Cómo ha de vivir el cristiano en el futuro inmediato? En esta ocasión os lo digo con palabras del papa Francisco en su última encíclica Fratelli tutti: “Anhelo que en esta época…podamos hacer renacer entre todo un deseo mundial de hermandad… se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia adelante” (núm. 8). Habla más delante de caminos de reencuentro, del gesto de reconocer al otro, de recuperar la amabilidad, de la arquitectura y la artesanía de la paz, del valor y el sentido del perdón, de la preocupación por los últimos… Es un buen camino para un mejor cambio, para una auténtica conversión.