Fecha: 26 de febrero de 2023

En todas las épocas se ha intentado explicar el conjunto de causas y las consecuencias del actuar humano que condicionan la realidad social. Cuando contemplamos el mundo presente hay situaciones que no nos gustan porque tensan las relaciones humanas hasta convertirlas en un imposible para construir una sociedad mejor y más justa para con los otros, los acontecimientos y las cosas. Por supuesto también existen ámbitos de cercanía y solidaridad que nos dejan admirados.

Quisiera insistir hoy en la importancia del trato educado entre nosotros y entre los grupos humanos. Se dan distintas apreciaciones sobre el ser humano, la sociedad y la atención a los problemas que a diario se plantean. El buen trato con los demás se nos exige a todos; es la condición previa para el respeto y el entendimiento. A los cristianos se nos pide un punto más, el amor a los demás sin ninguna clase de trabas que llega -para muchos resulta incomprensible-, hasta el grupo de los llamados «enemigos». El caso extremo se da en las guerras, cuyas secuelas estamos soportando todos. Más allá de una teoría de la aceptación del otro como norma general de comportamiento, y dejando a un lado los extremos bélicos, se trata de hacer un esfuerzo por acercar posturas que inviten a la comprensión de las opiniones ajenas, a una sana autocrítica y al uso de unos argumentos que no dañen la personalidad de nadie y ayuden a confrontar ideas independientemente de quien las promueva. La convicción de que todos buscan el bien común está en la base de este planteamiento.

En la actualidad se da demasiado el insulto, la agresividad y el desprecio entre unos y otros. Vemos también cómo el resentimiento, el odio y la confrontación se dan con normalidad en muchos discursos desde diversas plataformas sociales. Parece que esa situación no permite avanzar en el fomento de la dignidad humana con todas sus atribuciones y el desarrollo armónico de la sociedad. Cuesta aceptar el pluralismo, pero es la única receta para el respeto y la libertad ajena. Ante el gran cúmulo de problemas que nos envuelven hay intentos diferentes para solucionarlos. Todos ellos deben ser objeto de estudio para poder escoger aquel que beneficia a una gran mayoría.

Hay un segundo plano a considerar, en el sentido de que todos presumen de buen juicio y excelente trato, acusando a los oponentes de lo peor y más oscuro que tienen en su corazón y en la voluntad de generar el mal a sabiendas y aumentar los problemas ya existentes. Es una diferente vara de medir de la que todos deberíamos prescindir. Los otros tienen parte de razón en el enfoque de un planteamiento solicitado y nosotros podemos prescindir de algún dato no válido o no contrastado.

En las últimas semanas he leído algunos artículos periodísticos es este mismo sentido y me he alegrado de ello. Desde mi responsabilidad pastoral me preocupa no contribuir a la solución aceptable de los problemas sociales y, además, procurar que todas las comunidades cristianas fomenten el diálogo, la aceptación, la acogida de todos considerándolos hermanos e hijos de un mismo Padre. No podemos acusar a nadie de fomento del odio con palabras que lo aumentan y envenenan el ambiente. No podemos acusar al adversario político de asesino o de ladrón sin ningún tipo de prueba y sólo con la intención de destruirle moralmente. No podemos desautorizar cualquier iniciativa por estar sustentada en una ideología o, mejor, en una cosmovisión distinta u opuesta a la que nosotros defendemos. Queremos limpiar nuestra sociedad, hacerla más transparente, más cordial, más sostenible en el respeto a todos los ciudadanos. Que esa pretensión no sea sólo “de boquilla” sino con el convencimiento de nuestra voluntad y con la práctica de nuestra vida personal, familiar y social. Así haremos más respirable la convivencia. ¡Cabemos todos!