Fecha: 11 de junio de 2023

En la narración del libro del Génesis, en su capítulo segundo, dice la Sagrada Escritura que, después de crear los animales y todos los seres vivos “el Señor-Dios se dijo: “No es bueno que el hombre esté solo. Le haré una ayuda adecuada para él” (Gn 2, 18). Y creó a la mujer de la costilla que había tomado del hombre.

Pero la experiencia humana nos demuestra que no hay nada que pueda llenarnos de verdad, en el sentido más profundo. Porque todos, en el fondo, nos encontramos solos con nosotros mismos. Solos venimos al mundo y solos morimos, y a menudo experimentamos este vacío, esta soledad a lo largo de la vida. Tenemos la experiencia que nada, absolutamente nada de este mundo puede llenar de verdad nuestros corazones.

Sin embargo, Dios creador, que es Padre bueno, ha pensado en todo; ha pensado en nosotros y ha actuado para nosotros. Y en su proyecto de salvación de los hombres que ama, ha incluido venir al mundo, hacerse hombre él mismo para llevar a cabo su plan y para que nosotros, los hombres, tuviéramos una ayuda que de verdad nos sea adecuada, una ayuda pueda llenar nuestro corazón por completo.

Y por eso ha tomado un cuerpo como el nuestro, y sin dejar de ser Dios, se ha hecho hombre para salvarnos y también para llenar esas ansias nuestras de plenitud, de afecto, de amor. Puede hacerlo y lo hace, porque es Dios.

Jesús, el Hijo de Dios nacido de María Virgen, con un cuerpo humano como el nuestro, es nuestra plenitud, Él es nuestro verdadero complemento, lo que necesitábamos para llenar todas nuestras vidas, nuestras ansias y anhelos de plenitud.

Hoy, solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, dedicamos este día a celebrar el amor de Dios que se nos ha manifestado en su Hijo, hecho hombre como nosotros. Su Hijo encarnado por obra del Espíritu Santo, nacido de María Virgen, que por nosotros murió en una cruz y que resucitó y vive eternamente a la derecha del Padre, con Él. Pero que continúa con nosotros, que ha querido continuar con nosotros, ha querido quedarse para siempre con nosotros como una prueba máxima y definitiva de amor: «Yo estoy con vosotros día tras día hasta el fin el mundo» (Mt 28,20).

Se ha quedado para ser nuestra ayuda en el camino de la vida y para ser nuestro alimento: «Os digo con toda verdad: Si no coméis  la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no podéis tener vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Cierto: mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. A mí me ha enviado al Padre que vive, y yo vivo gracias al Padre; igualmente, los que me comen a mí vivirán gracias a mí” (Jn 6, 53-57).

En esta fiesta del “Corpus”, del Cuerpo y la Sangre de Cristo, se nos invita a alabar a Dios y agradecer este misterio de la Eucaristía, contemplando la inmensidad su amor en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, es decir, en el Hijo amado de Dios, que es verdadero Dios y verdadero hombre, Jesús, ahora resucitado, que ha querido quedarse con nosotros.

Pero no olvidemos que el objetivo de este misterio de la Eucaristía no es sólo alabarlo, adorarlo, venerarlo, aunque esto es también necesario. El objetivo, en el proyecto de amor de Dios es la Comunión, o sea recibirlo, comer su Cuerpo y su Sangre en la celebración de la Santa Misa, para llegar a ser transformados en Él, consagrados en Él también nosotros, como el pan.

Por eso nos dice: “Yo vivo gracias al Padre; igualmente, quienes me comen a mí vivirán gracias a mí” (Jn 6,57 ), que en realidad significa  que vivirán a través de mí, porque estamos llamados a vivir con Él y a través de Él. San Pablo  tenía conciencia muy clara de ello: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).

¡Alabado sea, pues, el Santísimo Sacramento del altar!