Fecha: 4 de septiembre de 2022
Con el inicio del mes de septiembre retomamos poco a poco el ritmo normal de nuestra vida. Aquellos que hemos podido disfrutar de unos días de vacaciones hemos regresado a nuestro lugar de trabajo; dentro de unos días los niños y jóvenes comenzarán el nuevo curso escolar; en las parroquias se organizará la catequesis y se programarán las distintas actividades pastorales. En la diócesis hemos planificado la agenda de actividades que realizaremos a lo largo del curso y que está disponible para todos en vuestras parroquias. Esperemos que la situación de pandemia que estamos viviendo nos permita poder realizarlas con toda normalidad. Os invito a quienes estáis implicados en alguna actividad en vuestras parroquias (catequesis, caritas, grupos de formación, pastoral familiar, grupos juveniles…) a participar en ellas. Los encuentros entre quienes sentimos como propia la misión de anunciar el Evangelio nos ayudan a vivir nuestro compromiso con más ilusión.
El curso pasado estuvo marcado por la fase diocesana del sínodo universal convocado por el papa Francisco. En la Vigilia de la solemnidad de Pentecostés celebramos la asamblea diocesana de clausura con un encuentro en el que se expuso la síntesis de las aportaciones de los grupos que habían reflexionado a lo largo del curso pasado; celebramos una solemne Vigilia de oración en la catedral y compartimos una celebración festiva. Aquel acontecimiento que nos infundió esperanza a todos los que participamos en él no debería ser un momento bonito que simplemente queda en el recuerdo. El Espíritu Santo es quien guía a la Iglesia. El proceso sinodal no es para que nosotros hagamos nuestros propios proyectos, sino para que nos pongamos a la escucha del Espíritu y nos dejemos guiar por Él. Al comienzo del nuevo curso es bueno que nos preguntemos a qué nos llama en este momento de la vida de la Iglesia.
El signo de una Iglesia conducida por el Espíritu es la santidad. Quienes nos sentimos llamados a participar en la misión eclesial no podemos olvidar que el primer compromiso es responder a la vocación a la santidad a la que estamos llamados todos los bautizados. Un compromiso en la Iglesia que no esté acompañado por esta inquietud no puede ser evangelizador, porque no responde a la verdad de una vida cristiana.
Vivimos en unos momentos en los que muchas veces sentimos más el peso de las dificultades para la evangelización que los frutos del esfuerzo y del trabajo. Os invito a pedir el Espíritu que haga de nosotros una iglesia esperanzada. Las adversidades pueden impedirnos ver las realidades de auténtica vida cristiana que hay entre nosotros. Los ojos de la fe nos llevan a ver los frutos que el Evangelio produce entre nosotros. No nos dejemos invadir por el desánimo.
El Espíritu Santo es el creador de la comunión en la Iglesia y el fundamento de su unidad. Como en cualquier familia, entre nosotros puede haber diferencias. Sin embargo, cuando el amor es auténtico, éstas no se convierten en divisiones y nos enriquecen a todos. Que el curso que ahora comenzamos nos ayude a crecer en la comunión entre nosotros.