Fecha: 27 de febrero de 2022

El próximo miércoles, con el rito a la vez sencillo y solemne de la imposición de la ceniza, iniciaremos el tiempo de Cuaresma. Para muchos bautizados este hecho ya no significa gran cosa, porque las tradiciones religiosas que están en el origen de muchas de las costumbres que configuraban culturalmente la vida de nuestra sociedad, hoy han perdido peso y significado. Algunos conservan las prácticas religiosas establecidas por la Iglesia y los ejercicios de piedad característicos de este tiempo litúrgico, como el ayuno, la abstinencia, la realización de algunas privaciones voluntarias o el vía crucis. No olvidemos que todas ellas no son un fin en sí mismas, sino una ayuda para que recorramos el camino espiritual de penitencia y conversión que nos permita llegar a la celebración de la Pascua con un corazón renovado. Para ayudaros a vivir la Cuaresma con intensidad, os recuerdo algunas preguntas sobre nuestras actitudes fundamentales, que nos pueden ayudar a reflexionar sobre la vida.

Es fácil caer en la tentación de pensar que la felicidad nos la dan las cosas que tenemos. Esto nos puede llevar a que en nuestra vida prevalezcan la avidez, el deseo de tener, de acumular y de consumir. No somos conscientes de que este no es el camino para la verdadera alegría porque, cuando ya tenemos lo que queríamos nos sentimos insatisfechos y brotan nuevos deseos en nuestro corazón. La ambición, más que felicidad, genera a la larga una gran insatisfacción. La Cuaresma nos invita a la conversión, a cambiar de mentalidad, para que descubramos que la auténtica belleza de nuestra vida no está tanto en el acumular como en sembrar el bien y compartir: ¿Vivimos obsesionados por acumular o por sembrar el bien a nuestro alrededor?

Generalmente las personas tenemos buenos deseos, pero somos inconstantes y nos cansamos con mucha facilidad cuando vemos que nuestras acciones no producen los resultados que querríamos. Mientras que Jesús nos exhorta a que oremos «siempre sin desanimarse» (Lc 18,1), con mucha facilidad abandonamos la plegaria porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos. Los cristianos tenemos las mismas dificultades en nuestra vida que los demás seres humanos, la oración no nos exime de ellas, pero nos permite atravesarlas unidos a Cristo y, de este modo, vivirlas con esperanza: ¿Perdemos la esperanza en Dios y dejamos de rezar?

Todos queremos ser cada día mejores, pero sabemos que es difícil, que cuando ya habíamos superado una tentación, con mucha facilidad volvemos a caer en ella porque somos débiles. Necesitamos pedir perdón a Dios constantemente y, sin embargo, a menudo nos cansamos y desanimamos. Fácilmente olvidamos que Dios no se cansa nunca de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón: ¿Nos cansamos de pedir perdón a Dios y de suplicarle que su gracia nos ayude a ser mejores?

Todos deseamos un mundo más justo, pero nos cuesta comprometernos en trabajar para que sea realidad y, sobre todo, nos resulta difícil compartir nuestros bienes, hacernos prójimos de los necesitados, visitar a los que están solos, dirigir una palabra de consuelo a quien la necesita: ¿Nos acercamos a los que nos necesitan?

Si nos cansamos de rezar, de luchar para ser mejores, de pedir perdón a Dios o de querer a los demás, y en esta Cuaresma practicamos el ayuno, la oración y la limosna con autenticidad, éste será un tiempo de gracia y de crecimiento espiritual.