Fecha: 18 de octubre de 2020

En este domingo estamos llamados, un año más, a valorar la oración, el interés, la ayuda material, el trabajo y el amor sincero y eficaz por los misioneros de la Iglesia, esparcidos por todo el mundo, y por las Iglesias jóvenes, oficialmente llamadas «territorios de misión». Tengamos también un recuerdo por el misionero catalán, hijo de Balsareny, traspasado hace pocos meses y que ha llegado a encarnar el sentido misionero y luchador de la Iglesia, el obispo claretiano de Saô Felix do Araguaia (Brasil), Dom Pere Casaldáliga. Lo recordamos con acción de gracias («re-cordar» es pasar de nuevo por el corazón), por los dones de fe y de servicio que Dios ha derramado y continúa vertiendo a través de los misioneros. Son realidades muy reales, ni que a menudo queden ocultas a nuestros ojos miopes y superficiales.

Debemos mantener el interés por las misiones y continuar despertando en las parroquias y comunidades la conciencia de la misión ad gentes, para retomar con nuevo impulso la responsabilidad de proclamar el Evangelio que tenemos todos los bautizados. El Papa Francisco insiste en alimentar el ardor de la actividad evangelizadora de la Iglesia ya que tenemos que vivir en estado permanente de misión. Hay un deseo poderoso de que Cristo sea conocido y amado por todos. El actual Director de las Obras Misionales Pontificias de España al finalizar el Mes Misionero Extraordinario decía: «se acaba este Mes, pero lo que no puede terminar es el ímpetu que el Espíritu Santo ha puesto en el corazón de los cristianos. La misión ha dejado de ser -si es que alguna vez lo fue- cosa de unos pocos y de un determinado momento. Ahora lo es de todos los cristianos y en todo momento».

Debemos mantener el clima misionero en nuestra Diócesis. Por más que la pandemia haya herido y desestructurado muchas cosas, por más que las necesidades materiales y humanas abunden entre nosotros, no podemos dejar de rezar, amar y ayudar materialmente las Iglesias jóvenes y los misioneros que, dejándolo todo, se han ido a anunciar el Evangelio por todo el mundo. Son nuestros hermanos y estamos obligados a no olvidarlos y a cooperar al sostenimiento de la obra misionera tan excelente que llevan a cabo. En su Mensaje para esta Jornada mundial de las Misiones, el Papa Francisco nos dice: «La misión, la “Iglesia en salida” no es un programa, una intención que se logra mediante un esfuerzo de voluntad. Es Cristo quien saca a la Iglesia de sí misma. En la misión de anunciar el Evangelio, te mueves porque el Espíritu te empuja y te trae». Dios siempre nos ama primero y con este amor nos encuentra y nos llama. Nuestra vocación personal viene del hecho de que somos hijos e hijas de Dios en la Iglesia, su familia, hermanos y hermanas en esa caridad que Jesús nos testimonia. Sin embargo, todos tienen una dignidad humana fundada en la llamada divina a ser hijos de Dios, para convertirse por medio del sacramento del bautismo y por la libertad de la fe en lo que son desde siempre en el corazón de Dios». Y más adelante añade «En este contexto [de pandemia], la pregunta que Dios hace: «¿A quién voy a enviar?», se renueva y espera nuestra respuesta generosa y convencida: «¡Aquí estoy, mándame!» (Is 6,8). Dios continúa buscando a quién enviar al mundo y a cada pueblo, para testimoniar su amor, su salvación del pecado y la muerte, su liberación del mal». Y si no es a países y culturas lejanas, debemos vivir esta envío entre los que nos rodean, porque la misión siempre está muy cerca.