Fecha: 16 de enero de 2022

Cuando hay problemas en el matrimonio y peligra el futuro de la pareja, un buen consejo es volver a los orígenes del amor, a los momentos en que el amor era joven y estaba vivo. Un regreso total a esos momentos no es posible, pues lo primero que aducen los esposos es que el tiempo ha minado las ilusiones y que las personas han cambiado. Pero sí se pueden actualizar, recordándolos, los motivos, los estímulos que despertaron el amor y preguntarse en qué medida perviven.

Algo parecido ocurre con la fe y la vida cristiana. Su sostenibilidad también depende de saber volver a los orígenes. Es el sentido profundo de aquella indicación que hizo el ángel a las mujeres ante el sepulcro vacío: “Id y decid a sus discípulos y a Pedro: ‘Él va a ir a Galilea antes que vosotros. Allí le veréis, tal como os dijo.” (Mc 16,7). Galilea es el lugar del inicio de la predicación, el lugar de los signos y milagros, donde se despertó la fe y el entusiasmo de los discípulos por Jesús. Es decir el lugar apropiado para superar el escándalo de la cruz y entender el hecho del sepulcro vacío…

Volver a los orígenes no es copiar hoy lo que ocurrió hace tiempo, sino recrear, actualizar la vivencia que dio origen a la vida de fe. Hay muchos medios que ayudan a mantener la fe: crear hábitos, vivir ambientes propicios, compartir la vida en comunidad, mantener despierto el espíritu, etc. Pero ninguno es más eficaz que revivir los inicios.

Esto hay que intentarlo teniendo en cuenta que los cambios son necesarios. La vida de la fe tiene su historia. Uno no puede creer de la misma forma que creía cuando era niño o adolescente. La fe esencialmente es la misma. Pero la vida va cambiando, se van despertando interrogantes, hay búsquedas y momentos más complicados, hay claridades y gozos… Una vida cristiana sostenible ha de contar con las vicisitudes de la historia personal. Lo que decimos de la Iglesia, de su trayectoria en la historia, sobre todo de su historia reciente, vale también para cada uno de nosotros. La verdadera fe se mantiene esencialmente idéntica, pero su vivencia cambia. Porque Dios no quiso que camináramos fuera de la historia, sino insertos en las vicisitudes de la vida. Y ésta es cambiante.

Tienen un encanto especial los matrimonios de personas mayores que siguen queriéndose. Cuando les preguntamos si se siguen amando como el primer día, dirán que sí y no al mismo tiempo. Dirán que sí, porque son capaces de sentir que se aman, quizá con las mismas palabras de siempre; pero esas palabras tienen un significado distinto: tienen detrás una historia, unas vivencias, que han modificado la manera de amarse (quizá más profundamente).

Ocurre lo mismo con la vida de fe. Conservar la fe hasta el final de nuestra vida terrena es una maravilla de la gracia. Pero esa fe se ha mantenido viva atravesando vicisitudes diversas. La gracia está en haber sabido que en cada ocasión, fuera como fuera, Dios estaba esperando la respuesta de fe y confianza. La sostenibilidad consiste en esta respuesta profunda, más que en las ideas, las palabras o en las formas externas.

En todo caso, la sostenibilidad de nuestra vida cristiana se basa en que Dios siempre se mantiene fiel a sí mismo, es “el que permanece” inmutable en su amor. Por eso, todo consiste en dejarse sostener por Él.