Fecha: 12 de diciembre de 2021

Estimados y estimadas. La persona de Jesús es como la montaña. Cada vez que te acercas te espera una sorpresa; cada vez que subes descubres lugares desconocidos, perspectivas insospechadas, lugares bellos que te hacen decir: «Vale la pena haberse cansado».

Urge que los cristianos volvamos de nuevo hacia la persona de Jesús y que la descubramos con toda la frescura de los Evangelios. Lo recordábamos en la Exhortación pastoral El Espíritu rejuvenece a la Iglesia, cuando decíamos: «Es necesario centrarnos en el corazón del “anuncio”, es decir, en la siempre nueva y fascinante buena noticia de Jesús, «que se va haciendo carne cada vez más y mejor» (EG 165) en la vida de la Iglesia y de la humanidad».

Volver a la persona viviente de Jesús es como volver a la montaña a la que uno ha subido cien veces. Quedas preso. La persona de Jesús es inagotable. Ya se pueden tener años: siempre tiene un secreto nuevo para confiar a quien lo busca. Por eso, san Pablo, él que estaba totalmente prendido por Jesús, puede decirnos en la Carta a los Efesios: «que sean capaces de comprender, con todo el pueblo santo, la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo; que llegue a conocer ese amor que sobrepasa todo conocimiento y, así, entra del todo en la plenitud de Dios» (3,18-19).

Ahora, que se acerca la Navidad, se nos invita especialmente a realizar esta ascensión. Lo vuelvo a decir: es urgente que volvamos a Jesús. Urge porque nos encontramos con situaciones realmente nuevas. Nos han ido cayendo encima formas de pensar y de vivir que en generaciones pasadas se creían inviables; los razonamientos que nos aguantaban son contestados desde muchas partes. No podemos seguir haciendo lo que siempre se ha hecho y con formas de proceder de hace cuarenta años. Y ante este reajuste, tan sólo la persona de Jesús puede dar razones a la cabeza y al corazón, que son las razones últimas de nuestro ser y de nuestro obrar.

Hasta hace poco, en la Iglesia nos hemos preocupado más de hablar de moral que de la persona de Jesús viviente. Quizás hemos hecho como los fariseos de la época de Jesús, que exigían meramente unas normas, pero su corazón estaba lejos del Señor. Aparentemente, la moral parece más dura, pero si no se interioriza, puede quedar simplemente como algo externo a la persona y tiene siempre unos mínimos que nos ahorran la generosidad si nos quedamos dentro de la estricta observancia de la ley. La moral no provoca la generosidad. En cambio, la persona viviente de Jesús sí empuja a ir más allá. Y en una sociedad como la nuestra, plegada sobre sí misma, se necesitan personas que den el corazón, que sean capaces de hacer servicios sin intereses. La persona de Jesús sacude todos los cimientos. Por eso, la persona que piensa, se lo piensa dos veces antes de acercarse a ella. Pero él sanea, salva y consolida a la persona humana. A Jesús, el hombre tiene que aproximarse con silencio, con respeto, en actitud de oración; y con los Evangelios en la mano para no hacerle decir lo que yo quisiera, sino lo que él dice realmente. Las generaciones jóvenes, que buscan sentido a su vida, necesitan ver rasgos de la persona de Jesús en quienes afirmamos que la Navidad es una fiesta cristiana.

Vuestro,