Fecha: 12 de septiembre de 2021

Seguramente las vacaciones no nos han aportado las “soluciones” de los problemas que afectan a nuestra vida cotidiana. Pero, si se han vivido con cierta profundidad, con el sentido que debemos darles quienes dejamos que Jesucristo ilumine toda nuestra vida, entonces las vacaciones habrán facilitado las disposiciones personales que nos permiten afrontar los problemas con ánimo recuperado.

Una conversación casual con una madre de mediana edad, cultivada e inquieta, me ha hecho revivir todo un conjunto de interrogantes, que creo fundamentales. Estoy convencido de que los comparte mucha gente, que respira aires más o menos “creyentes” o que está abierta a la trascendencia. Esta persona ha realizado últimamente -para ella- el gran descubrimiento de la interioridad, del “yo íntimo”, que busca la relación  con “el ser trascendente”. Pero, al mismo tiempo, descubre que ese es el dios que todas las religiones buscan, y con el cual se relacionan según los caminos tradicionales y culturales propios i que cada una considera verdadero. Con la lectura de un determinado autor, para el que todas las religiones son vías igualmente válidas de acceso a lo que llamamos Dios, se ve capaz de respetar i dialogar con todos, sin necesidad de ofrecerles la fe en Jesucristo. Los cristianos seríamos entonces una “tradición más”, una cultura entre otras que busca a ese dios. El diálogo nos permitiría encontrarnos en ese dios sin nombre, cuyas adherencias culturales, las de cada tradición, serían relativas o suprimidas…

Realmente es un don descubrir esa interioridad. Le dije que eso era tan importante como descubrirse a sí mismo y que quienes, de una u otra manera, no lo hacen, viven como “extraños ante sí”, “ignorantes de lo que son”, alienados.

Pero surgen entonces muchos problemas y contradicciones. Una vez hallado ese “yo íntimo y profundo”, ¿qué hacemos? ¿No corremos el riesgo de quedarnos encerrados en una gran soledad o en un egoísmo destructor? Estaba convencida de que hay que salir de uno mismo. Quizá mediante esa búsqueda de la trascendencia. Pero, ¿quién asegura que esa búsqueda no es más que una proyección del propio yo, con lo cual no saldrías de ti, seguirías encerrado en tu soledad? Te encuentras con religiones y prácticas de autoayuda, con técnicas de meditación, etc. No todo parece aceptable. Descartamos, por ejemplo, lo que es contrario a los derechos de la persona o lo que sea discriminatorio. Pero ¿con qué criterios disciernes lo que es válido y lo que no? ¿En qué nos basamos?…

Sin darnos cuenta, vamos buscando lejos lo que tenemos al alcance de la mano, me decía un gran especialista en los místicos Sta. Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Él mismo había recibido esta crítica o reproche de boca de un maestro Zen.

Los cristianos creemos que uno se encuentra a sí mismo, no solo cuando halla su interioridad, sino cuando se encuentra con el otro, un “Otro” absoluto, que nos llama a salir completamente de nuestra soledad, para vincularnos y compartir la vida en el amor.

No existe quien se nos presente de esta manera, llamándonos a vivir en comunión con él con radicalidad y, desde su interioridad (su corazón), nos ofrezca su propio amor total, en humanidad, como lo hace Jesucristo.

En Él nos hallamos, nos movemos y existimos.