Fecha: 20 de febrero de 2022

Estimados y estimadas. Hannah Arendt acuñó el concepto de banalidad del mal a propósito del juicio celebrado en Jerusalén en 1961 contra Adolf Eichmann, el responsable de los traslados de los judíos de toda Europa a los campos de exterminio nazis. Con este concepto, ampliamente divulgado, Arendt quería mostrar que el terror nazi no fue obra de personas diabólicas o especialmente siniestras, sino de gente absolutamente corriente que se limitaba a acatar órdenes y a cumplir su labor sin preguntarse por la bondad o la maldad de sus acciones. Eichmann encarnó como nadie esa banalidad, aunque no fue el único; fueron muchos quienes siguieron su conducta.

Inspirado en este concepto de Hannah Arendt, el autor italiano Enrico Deaglio ha acuñado el concepto de banalidad del bien para referirse a Giorgio Perlasca, un súbdito italiano que se hizo pasar por diplomático del Estado español y logró liberar a muchos judíos de la muerte acogiéndolos en apartamentos propiedad de la embajada española en Hungría y facilitándoles papeles para escapar de los nazis. No fue el único que actuó de esta forma, sino que hubo mucha otra gente que ayudaron a los judíos a sobrevivir. Uno de los más conocidos, porque de él se hizo una película ―La lista de Schindler― es Oskar Schindler, el empresario que se dedicaba a salvar a judíos haciéndoles trabajar en su fábrica. Pero también les ayudó Angelo Roncalli, nuncio de la Santa Sede en Turquía y futuro papa Juan XXIII, enviando partidas de bautismo anónimas para los judíos rumanos o búlgaros que las quisieran utilizar; y tantos otros personajes oficiales, personas anónimas o instituciones que no es posible mencionar aquí de forma exhaustiva. Todos estos samaritanos, además de ayudar desinteresadamente a los demás, lo hacían en circunstancias dramáticas y casi siempre con el peligro de la propia vida.

No sólo en el exterior de los campos se producía este tipo de ayuda desinteresada, sino también en el interior de los mismos. En medio del horror en el que se veían obligados a vivir los detenidos, siempre hubo personas que ayudaron a los demás y se sacrificaron por ellas, hasta el punto, en algunos casos, de dar la propia vida, como fue el caso del sacerdote franciscano polaco Maximilian Kolbe, que no fue ni el primero ni el único que lo hizo, convirtiéndose en «testigos supremos del bien».

La manifestación «suprema del mal» nunca pudo apagar la chispa de bien que anida en el corazón de muchos hombres y mujeres. Porque el bien no necesita héroes para la historia, sino la simple acción humana de comprender que cuando miramos el rostro del otro y lo asumimos como nuestro, estamos contemplando nuestro propio reflejo. El bien no es algo complejo, sofisticado y elaborado. El bien surge de la conmiseración, de ser capaces de sufrir con el otro y hacer de su sufrimiento algo que me pertenece.

Dichos testigos mostraron cómo la banalidad del mal, en aquellas circunstancias, sólo podía ser combatida con la banalidad del bien.

Vuestro.