Las Delegaciones diocesanas de Liturgia de las Diócesis de la Conferencia Episcopal Tarraconense han traducido un Subsidio litúrgico de la Conferencia Episcopal Italiana que puede ajuyar a orar en estos momentos de epidèmia.

Este es el Subsidio:

CELEBRAR Y REZAR EN TIEMPO DE EPIDEMIA

Esquema elaborado a partir del subsidio de la Comisión Nacional de Liturgia

(de la Conferencia Episcopal Italiana)

 PASCUA

SEGUNDO DOMINGO, OCTAVA DE PASCUA

19 de abril de 2020

 Tomás, ¿Porque me has visto has creído?

Bienaventurados los que crean sin haber visto.

 

La difícil situación que estamos viviendo no nos permite participar en la celebración de la Eucaristía del segundo Domingo de Pascua.

Sugerimos, por lo tanto, un esquema para una experiencia de oración vivida en familia y en comunión con toda la Iglesia.

Es bueno elegir un espacio adecuado en la casa para celebrar y rezar juntos con dignidad y recogimiento. Siempre que sea posible, se debe crear un pequeño «lugar de oración» (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2691) o incluso en un rincón de la casa se colocará una Biblia abierta, la imagen del crucifijo, un icono de la Virgen María y una vela o una lámpara encendida.

Cada familia podrá adaptar el esquema conforme a sus posibilidades.

La oración puede ser dirigida por el padre (M) o la madre (M). Cuando todos están reunidos en un lugar adecuado de la casa, quien guía la oración dice:

(M)  En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

(T)  Amén.

(M)  Repetimos juntos: Este es el día en que actuó el Señor ¡Aleluya!

(T)  Este es el día en que actuó el Señor ¡Aleluya!

(M)  Desde aquel primer día de la semana ‒nuestro domingo‒, cada ocho días el Crucificado Resucitado viene, se sitúa en medio de nosotros, alienta su Espíritu sobre nuestras cerrazones y nos muestra sus heridas. Como a Tomás, se nos hace difícil creer que Él nos ama incluso en nuestra incredulidad.

El Señor Jesús, para curar nuestras resistencias, nos invita a mirar sus heridas, los signos de un amor que permanece para siempre. Sobre todo, nos invita a entrar en el misterio de estas heridas que, como una brecha luminosa, nos permiten ver la riqueza de su misterio, su sensibilidad y su proximidad a toda forma de sufrimiento.

Estos días, en nuestras vidas se han abierto espacios vacíos: vacíos de amor, vacíos de bien, vacíos de vida. Y entonces nos preguntamos: ¿Cómo podemos llenar esos abismos? Solos es imposible. Sólo Dios puede llenar nuestros abismos, el sentido de vacío que el mal abre en nuestros corazones y en nuestra historia. Sólo Jesús, hecho hombre y muerto en la cruz, puede llenar el abismo de dolor con el abismo de su misericordia.

(M)  Recemos juntos con el Salmo 118 (117): «Es eterna la misericordia del Señor». En esta palabra «eterna» encontramos el apoyo en los momentos de prueba y de debilidad, porque estamos convencidos de que Dios no nos abandona:

(T)  Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia.

(C1)  Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.

(C2)  Empujaban y empujaban para derribarme,

pero el Señor me ayudó;

el Señor es mi fuerza y mi energía,

él es mi salvación.

Escuchad: hay cantos de victoria

en las tiendas de los justos.

(C3)  La piedra que desecharon los arquitectos

es ahora la piedra angular.

Es el Señor quien lo ha hecho,

ha sido un milagro patente.

Éste es el día que hizo el Señor:

sea nuestra alegría y nuestro gozo.

(T)  Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia.

(M)  Dios y Padre nuestro, que en tu misericordia

nos has renovado a una esperanza viva

a través de la resurrección de tu Hijo,

aumenta en nosotros, con el testimonio de los apóstoles,

la fe pascual, para que adhiriéndonos a él sin haberlo visto

recibamos el fruto de la vida de resucitados.

Por Jesucristo, Señor nuestro.

(T)  Amén.

TU PALABRA, LUZ PARA NUESTROS PASOS

Se puede aclamar a la Palabra con el canto del Aleluya, a través de una melodía conocida.

Del evangelio según san Juan                                                                                                         20,19-31

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.

Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.

Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor».

Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros».

Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».

Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Palabra del Señor.

(T)  Gloria a ti, Señor Jesús.

Para meditar el pasaje evangélico de este domingo, puede utilizarse el comentario del anexo.

Después de unos momentos de silencio, proclamamos juntos la fe de la Iglesia, diciendo:

Creo en Dios, Padre todopoderoso,

creador del cielo y de la tierra.

Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,

que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,

nació de santa María Virgen,

padeció bajo el poder de Poncio Pilato,

fue crucificado, muerto y sepultado,

descendió a los infiernos,

al tercer día resucitó de entre los muertos,

subió a los cielos,

y está sentado a la derecha de Dios,

Padre todopoderoso.

Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

Creo en el Espíritu Santo,

la santa Iglesia católica,

la comunión de los Santos,

el perdón de los pecados,

la resurrección de la carne

y la vida eterna. Amén.

A TI ELEVAMOS NUESTRA ORACIÓN

(M)  «¡Señor mío y Dios mío!». Con el apóstol Tomás, nuestro hermano en la fe, nos dirigimos con confianza plena al Señor Jesús, el Crucificado Resucitado.

(L)  Señor Jesús, tú que vives en medio de nosotros,

(T)  haz que no seamos incrédulos, sino creyentes.

(L)  Señor Jesús, tú que entras en nuestras angustias y nos invitas a no tener miedo,

(T)  renueva nuestra vida con la esperanza de un nuevo comienzo.

(L)  Señor Jesús, tú que nos das la paz mostrándonos tus heridas de amor,

(T)  déjanos descubrir la alegría de sentir-nos amados por ti.

(L)  Señor Jesús, tú que soplas sobre nosotros tu Espíritu,

(T)  ayúdanos a superar nuestros miedos y a salir de nuestras cerrazones.

(L)  Señor Jesús, tú que miras a Tomás con afecto,

(T)  vuelve tu mirada bondadosa también hacia nuestra familia.

(L)  Señor Jesús, tú que estás atento al deseo de Tomás,

(T)  da paz y salud a nuestra familia.

(L)  Señor Jesús, los discípulos explicaban a Tomás que te habían visto,

(T)  haz que nuestra familia sea capaz de anunciar, con nuestras vidas, la buena noticia.

(M)  Con fe, hagamos nuestra la oración de Jesús y dejémonos tomar de la mano, hoy y siempre, en todas nuestras fragilidades y debilidades, por Dios, nuestro Padre solícito:

(T)  Padre nuestro…

(M)  Señor resucitado,

a pesar de tantos fracasos nuestros,

quieres permanecer en medio de nosotros,

nos tocas en nuestra fragilidad

y nos das el don de la paz y del perdón.

Te pedimos que no dejes que las distancias y las incomprensiones nos hundan,

no dejes que se apague en nosotros el deseo de estar contigo

y de relacionarnos los unos con los otros de una manera nueva.

Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.

(T)  Amén.

Se intercambia ahora un abrazo u otro signo de fraternidad y de paz.

COMUNIÓN ESPIRITUAL EN ESPERA DE RECIBIR LA EUCARISTIA

Creo, Jesús mío, que estás realmente presente

en el Santísimo Sacramento del Altar.

Te amo sobre todas las cosas

y deseo recibirte en mi alma.

Pero como ahora no puedo recibirte sacramentado,

ven al menos espiritualmente a mi corazón.

Como ya venido, te abrazo y me uno del todo a ti.

No permitas, Señor, que jamás me separe de ti. Amén.

INVOCAMOS LA BENDICIÓN DEL PADRE

(M)  Dios y Padre nuestro, que haces surgir la vida incluso de los sepulcros cerrados.

(T)  Llénanos con tu bendición.

(M)  Jesús, Hijo del Padre, crucificado, resucitado y viviente.

(T)  Llénanos con tu bendición.

(M)  Espíritu Santo, aliento de vida, tú que estás siempre con nosotros.

(T)  Llénanos con tu bendición.

Cada uno traza sobre sí el signo de la cruz, mientras el padre (o la madre) continúa.

(M)  En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

(T)  Amén.

Se puede acabar con la antífona mariana del Tiempo de Pascua, Regina Coeli.

(M)  Reina del cielo, alégrate, aleluya;

(T)  Porque el Señor a quien has merecido llevar, aleluya,

(M)  Ha resucitado según su palabra, aleluya.

(T)  Ruega al Señor por nosotros, aleluya.

(M)  Gózate y alégrate, Virgen María, aleluya.

(T)  Porque realmente ha resucitado el Señor, aleluya.

——————————————————————————————————————————————

BENDICIÓN DE LA MESA ANTES DEL ÁGAPE FAMILIAR

(M)  Llenos de alegría te alabamos Jesucristo, Señor nuestro,

que, resucitado de entre los muertos,

te manifestaste a los discípulos al partir el pan;

quédate con nosotros, Señor,

y haz que, agradecidos por tus dones en la luz gozosa de la Pascua,

te acojamos como invitado en nuestra familia,

para poder ser admitidos en la mesa de tu Reino.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

(T)  Amén.

——————————————————————————————————————————————

ANEXO

Para meditar

 «A LOS OCHO DÍAS»

 Hoy, ocho días más tarde, como los discípulos después de la resurrección, volvemos a celebrar a Cristo Vivo, su Pascua, aunque no podamos reunirnos físicamente, debido a la pandemia que nos aflige. Como ya nos lo narra el libro de los Hechos de los Apóstol, también hoy, día del Señor, intentamos ser constantes al reunirnos para partir el pan y para la oración. Como el apóstol Tomás, también nosotros hoy palpamos el misterio y nos place escuchar de nuevo de la misma boca de Jesús que nos habla hoy a nosotros: «Bienaventurados los que crean sin haber visto». Y, además, las lecturas correspondientes a la misa de hoy (Hechos 2,42-47; 1 Pedro 1,3-9; Juan 20,19-31) nos hacen vibrar con el recuerdo de la Iglesia naciente que crece y se expande.

También nuestra Iglesia actual, hoy en muchos lugares, renace por el Bautismo de nuevos miembros que llegan a la fe. Qué buena ocasión, pues, para mostrarnos, también nosotros, como una comunidad viva, fraterna y comprometida. Una comunidad así hará que también otros se sientan llamados a formar parte, o a reintegrarse con más intensidad, a esta nuestra Iglesia, que no es otra que la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo. Todo esto nos hace ver que es necesario que nuestra fe sea más firme, que no podemos ser cristianos de rutina, sino que necesitamos hacer un compromiso personal de vivir la fe, de adherirnos a Jesucristo. De proclamar ante él, como el apóstol santo Tomás: «Señor mío y Dios mío». Y proponernos nuevamente ser unos firmes discípulos y seguidores de Jesucristo. No a medias, sino con totalidad.

En este segundo domingo de Pascua, día del Señor, debemos valorar muy positivamente esta «costumbre» nuestra que tiene su punto de inicio en el domingo de Pascua y que hace que cada domingo los cristianos, cuando podemos, nos reunamos en torno a la Palabra de nuestro Maestro y del altar de la Eucaristía. Valoramos la reunión dominical, no como el simple cumplimiento de un precepto, sino como un auténtico encuentro personal con Cristo vivo y con los hermanos que compartimos la misma fe. Esta reunión semanal –sobre todo cuando es con la Misa de cada domingo– nos fortalece y nos hace sentir más firmes y atrevidos en la vida cristiana de cada día: en el servicio, el respeto, el perdón, la misericordia, el testimonio, el AMOR.

Así pues, que el Señor resucitado, que nos convoca, nos haga sentir su Palabra y nos fortalezca, cuando sea posible, alimentándonos con su santa Eucaristía. Aunque mientras tanto nos tendremos que conformar con la comunión espiritual. Y que también nos aliente a proclamar las maravillas que él ha obrado, para que todo el mundo las pueda conocer y pueda también llegar a creer en este nuestro Dios que tanto nos ama.

 

ORACIÓN A SAN JORGE (23 de abril)

 A TI TE IMPLORAMOS, SAN JORGE GLORIOSO.

A TI PEDIMOS TU PROTECCIÓN.

QUE LOS CANTOS NOS ALEGREN Y NOS HAGAN MEJORES,

NOS HAGAN AMARTE,

SAN JORGE GLORIOSO.