Las Delegaciones diocesanas de Liturgia de las Diócesis de la Conferencia Episcopal Tarraconense han traducido un Subsidio litúrgico de la Conferencia Episcopal Italiana que puede ajuyar a orar en estos momentos de epidèmia.

Este es el Subsidio:

CELEBRAR Y ORAR EN TIEMPO DE EPIDEMIA

Esquema realizado a partir del subsidio de la Comisión Nacional de Liturgia

(de la Conferencia Episcopal Italiana)

TRIDUO PASCUAL

«¡QUÉ NOCHE TAN DICHOSA! SOLO ELLA CONOCIÓ EL MOMENTO
EN QUE CRISTO RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS»

ORACIÓN EN FAMILIA EN LA NOCHE DE PASCUA

11 de abril de 2020

Desde los primeros siglos de vida de la Iglesia las comunidades cristianas se han reunido esta noche para celebrar «la madre de todas las vigilias». Es el momento más importante del año litúrgico. La emergencia sanitaria que estamos viviendo nos impide reunirnos para celebrar juntos el misterio que hay en el corazón de nuestra fe. Sin embargo, también en esta noche de vela para el Señor, cada familia puede vivir un momento de oración en comunión con toda la Iglesia.

Esta oración, que es bueno empezar cuando oscurece, sobre todo será la manera de confesar que Cristo, nuestra Pascua, ha vencido las tinieblas del mundo y continúa realizando el paso (la pascua) de las tinieblas a la luz, del silencio desconcertante a la palabra que mantiene encendida la promesa, de una fe vacilante a la certeza de que continúa la bendición del Señor.

Es bueno elegir un lugar adecuado en la casa para celebrar y orar juntos con dignidad y recogimiento. Cuando sea posible, se puede crear un pequeño «lugar de oración» (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2.691) o incluso un rincón de la casa donde poner, siguiendo el ritmo de la oración de esta noche, los signos de la Luz, de la Palabra, del Agua y del Pan partido.

Cada familia puede adaptar este esquema según sus posibilidades.

La oración puede ser guiada por la madre (M) o el padre (M).

LA NOCHE RESPLANDECERÁ COMO EL DÍA

(M)  Bendito sea Dios Padre

que en su Hijo Jesús se ha dado él mismo

para que todos tengamos la vida.

(T)  Bendito sea el Señor por los siglos de los siglos.

(M)  Hay algunas noches en que parece que las tinieblas no tienen fin. Nuestras inquietudes no descansan, nuestras preguntas no encuentran respuesta, nuestras palabras están suspendidas, nuestras acciones ya no son suficientes. Necesitamos una palabra nueva, aún no pronunciada, más fuerte, la presencia de Otro. Esta es la noche del Paso de Dios que, como una espada de luz, corta la noche y abre un camino.

Encendemos ahora una luz, una llama que avanza en medio de la oscuridad. Palpita y es frágil, como la vida; ilumina el rostro y da nueva esperanza. Es Cristo, nuestro Señor, la Luz del mundo.

Ahora se enciende una vela, o una lámpara bonita, que se pone en el centro del lugar de la oración. Mientras se enciende la luz, todos juntos aclaman:

La luz de Cristo, que resurge glorioso,
disipe las tinieblas del corazón y del espíritu.

(M)  Un antiguo himno, conocido con la palabra latina «Exultet», que se canta ante el cirio pascual encendido, revela admirado el secreto de esta noche. Es una invitación a acoger y custodiar la gracia que la habita, para que se convierta en fuente de luz para la alegría de la humanidad.

(L)  Exulten por fin los coros de los ángeles,
exulten las jerarquías del cielo

y, por la victoria de Rey tan poderoso,

que las trompetas anuncien la salvación.

Goce también la tierra,

inundada de tanta claridad,

y que, radiante con el fulgor del Rey eterno,

se sienta libre de la tiniebla

que cubría el orbe entero.

Alégrese también nuestra madre la Iglesia,

revestida de luz tan brillante;

resuene este «hogar» con las aclamaciones del pueblo.

(T)  ¡Tú eres la luz, tú eres la vida. Gloria a ti, Señor!

(L)  Porque estas son las fiestas de Pascua,

en las que se inmola el verdadero Cordero,
cuya sangre consagra las puertas de los fieles.

Esta es la noche en que sacaste de Egipto

a los israelitas, nuestros padres,

y los hiciste pasar el Mar Rojo por camino seco.

Esta es la noche

en que la columna de fuego

esclareció las tinieblas del pecado.

(T)  ¡Tú eres la luz, tú eres la vida. Gloria a ti, Señor!

(L)  Esta es la noche en que, por toda la tierra,

los que confiesan su fe en Cristo

son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado,

son restituidos a la gracia y son agregados a los santos.

Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo.

(T)  ¡Tú eres la luz, tú eres la vida. Gloria a ti, Señor!

¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!

¡Qué incomparable ternura y caridad!

¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!

Necesario fue el pecado de Adán,

que ha sido borrado por la muerte de Cristo.

¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!
Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados,
lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos,
la alegría a los tristes.

(T)  ¡Tú eres la luz, tú eres la vida. Gloria a ti, Señor!

Te rogamos, Señor,

que este «pequeño» cirio, consagrado a tu nombre,

arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche.

Y, como ofrenda agradable,

se asocie a las lumbreras del cielo.

Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo:

ese lucero que no conoce ocaso,

y es Cristo, tu Hijo resucitado, que, al salir del sepulcro,

brilla sereno para el linaje humano,
y vive y reina por los siglos de los siglos.

(T)  Amén, amén, amén.

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Si se considera más conveniente, juntos pueden hacer esta aclamación más breve:

(C1)  El fuego de la Pascua,

la llama del amor,

brille en la tierra,

brille en nosotros, Señor.

(T)  ¡Que brille en nosotros, Señor!

(C2)  Tú, fuego de la Pascua,

tú, llama del amor,

resplandece en esta noche,

resplandece en nosotros, Señor.

(T)  ¡Que brille en nosotros, Señor!

(C3)  Fuego de la Pascua,

llama del amor,

ilumina nuestro rostro,

ilumina nuestro corazón.

(T)  ¡Que brille en nosotros, Señor!

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PALABRAS QUE NARRAN UNA VIDA NUEVA

(M)  En la noche de Pascua, una palabra nueva rasga el silencio. En el silencio resuena una palabra antigua y siempre viva, una palabra que proviene de Dios y que narra su historia con la humanidad. Escuchando y acogiendo estas preciosas sílabas, rezamos con toda la Iglesia:

«Padre, que todo el mundo vea y reconozca que lo destruido se reconstruye, que lo envejecido se renueva y todo vuelve a su integridad, mediante Cristo que es el principio de todas las cosas».

Se abre el libro de la Biblia, que se pone en el medio del lugar de la oración, al lado del cirio encendido.

(M)  Con la Palabra todo ha sido creado y en Cristo todo será redimido.

(L)  Escuchemos la Palabra de Dios del libro del Génesis                                                                       1,1.26-31

Al principio creó Dios el cielo y la tierra.

Dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra».

Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó.

Dios los bendijo; y les dijo Dios: «Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra».

Y dijo Dios: «Mirad, os entrego todas las hierbas que engendran semilla sobre la superficie de la tierra y todos los árboles frutales que engendran semilla: os servirán de alimento. Y la hierba verde servirá de alimento a todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra y a todo ser que respira».

Y así fue.

Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.

Palabra de Dios.

(T)  Te alabamos, Señor.

(T)  Bendice, alma mía, al Señor:                            Del Salmo 103 (102)

¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,

la luz te envuelve como un manto.

 Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.

¡Bendice, alma mía, al Señor!

(M)  Lo que Dios ha hecho con mano poderosa para liberar al pueblo de la esclavitud, ahora lo hace para todos en la Pascua de Jesús, que nos ha librado del mal y de la muerte.

(L)  Escuchemos la Palabra de Dios del libro del Éxodo                                                       14,15‒15,1a

En aquellos días, el Señor dijo a Moisés: «¿Por qué sigues clamando a mí? Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los hijos de Israel pasen por medio del mar, por lo seco. Yo haré que los egipcios se obstinen y entren detrás de vosotros, y me cubriré de gloria a costa del faraón y de todo su ejército, de sus carros y de sus jinetes. Así sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa del faraón, de sus carros y de sus jinetes».

Se puso en marcha el ángel del Señor, que iba al frente del ejército de Israel, y pasó a retaguardia. También la columna de nube, que iba delante de ellos, se desplazó y se colocó detrás, poniéndose entre el campamento de los egipcios y el campamento de Israel. La nube era tenebrosa y transcurrió toda la noche sin que los ejércitos pudieran aproximarse el uno al otro.

Moisés extendió su mano sobre el mar y el Señor hizo retirarse el mar con un fuerte viento del este que sopló toda la noche; el mar se secó y se dividieron las aguas. Los hijos de Israel entraron en medio del mar, en lo seco, y las aguas les hacían de muralla a derecha e izquierda. Los egipcios los persiguieron y entraron tras ellos, en medio del mar: todos los caballos del faraón, sus carros y sus jinetes.

Era ya la vigilia matutina cuando el Señor miró desde la columna de fuego y humo hacia el ejército de los egipcios y sembró el pánico en el ejército egipcio. Trabó las ruedas de sus carros, haciéndolos avanzar pesadamente. Los egipcios dijeron: «Huyamos ante Israel, porque el Señor lucha por él contra Egipto».

Luego dijo el Señor a Moisés: «Extiende tu mano sobre el mar, y vuelvan las aguas sobre los egipcios, sus carros y sus jinetes». Moisés extendió su mano sobre el mar; y al despuntar el día el mar recobró su estado natural, de modo que los egipcios, en su huida, toparon con las aguas. Así precipitó el Señor a los egipcios en medio del mar. Las aguas volvieron y cubrieron los carros, los jinetes y todo el ejército del faraón, que había entrado en el mar. Ni uno solo se salvó. Mas los hijos de Israel pasaron en seco por medio del mar, mientras las aguas hacían de muralla a derecha e izquierda.

Aquel día salvó el Señor a Israel del poder de Egipto, e Israel vio a los egipcios muertos, en la orilla del mar. Vio, pues, Israel la mano potente que el Señor había desplegado contra los egipcios, y temió el pueblo al Señor, y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo.

Entonces Moisés y los hijos de Israel entonaron este canto al Señor:

(C1)  Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria,
caballos y carros ha arrojado en el mar.
Mi fuerza y mi poder es el Señor,
Él fue mi salvación.
Él es mi Dios: yo lo alabaré;
el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré.

(C2)  El Señor es un guerrero,
su nombre es «El Señor».
Los carros del faraón los lanzó al mar,
ahogó en el mar Rojo a sus mejores capitanes.

(C3)  Las olas los cubrieron,
bajaron hasta el fondo como piedras.
Tu diestra, Señor, es magnífica en poder,
tu diestra, Señor, tritura al enemigo.

(C4)  Lo introduces y lo plantas

en el monte de tu heredad,
lugar del que hiciste tu trono, Señor;
santuario, Señor, que fundaron tus manos.
El Señor reina por siempre jamás.

(M)  Oremos al Señor.

Oh, Dios, que has iluminado esta noche santísima
con la gloria de la resurrección del Señor,
aviva en tu familia el espíritu de la adopción filial,
para que, renovados en cuerpo y alma,
seamos siempre fieles a tu amor,

con él llenas toda la tierra.
Por Jesucristo nuestro Señor.

(T)  Amén.

(L)  Escuchemos la Palabra de Dios de la carta de san Pablo a los Romanos                            6,3-11

Hermanos: Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte.

Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera destruido el cuerpo de pecado, y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al pecado; porque quien muere ha quedado libre del pecado.

Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre; y quien vive, vive para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

Palabra de Dios.

(T)  Te alabamos, Señor.

Todos se levantan. Con el canto del ALELUYA PASCUAL se aclama al Señor resucitado. Ahora los hijos pueden iluminar el lugar de la oración encendiendo otros cirios, en función de las personas reunidas.

(T)  Aleluya, aleluya, aleluya.                                                                                    Del Salmo 117 (116)

(L)  Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

(T)  Aleluya, aleluya, aleluya.

(L)  «La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa».
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.

(T)  Aleluya, aleluya, aleluya.

(L)  La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

(T)  Aleluya, aleluya, aleluya.

(L)  Escuchemos la Palabra de Dios del evangelio según san Mateo                                         28,1-10

Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro.

Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos.

El ángel habló a las mujeres: «Vosotras, no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”.

Mirad, os lo he anunciado».

Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.

De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos».

Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.

Jesús les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

Palabra del Señor.

(T) Gloria a ti, Señor Jesús.

EL AGUA QUE DA NUEVO FRESCOR A LA VIDA

Se coloca un bol con el agua en medio del lugar de la oración, junto al cirio encendido y la Biblia.

(M)  Misterio y belleza de la luz, misterio y poder de la Palabra, misterio y gracia del agua. Queremos hacer memoria del momento de gracia de aquella bendición original que es nuestro Bautismo. En aquella agua hicimos sepultar nuestras cerrazones e insensibilidades, nuestros resentimientos y nuestras mezquindades, y salimos revestidos de transparente simplicidad, de deseo de proximidad. El Bautismo sella en nosotros la forma del amor de Cristo y toda nuestra vida sólo puede convertirse en una narración de esta nueva forma de vida.

LETANÍAS DE LOS SANTOS

(M)  Estamos viviendo estos días como un tiempo de intercesión y queremos hacerlo en comunión con los creyentes de cualquier lugar y de todos los tiempos. Por eso nos unimos a la Iglesia del cielo, para que acompañe y fortalezca nuestra súplica:

Señor, ten piedad                                           Señor, ten piedad

Cristo, ten piedad                                          Cristo, ten piedad

Señor, ten piedad                                           Señor, ten piedad

Santa María, Madre de Dios                                    Ruega por nosotros

San Miguel                                                    Ruega por nosotros

Santos ángeles de Dios                                  Ruega por nosotros

San Juan Bautista                                          Ruega por nosotros

San José                                                         Ruega por nosotros

Santos Pedro y Pablo                                     Rogad por nosotros

San Andrés                                                     Ruega por nosotros

San Juan                                                         Ruega por nosotros

Santos apóstoles y evangelistas                    Rogad por nosotros

Santa Ana                                                      Ruega por nosotros

Santa María Magdalena                               Ruega por nosotros

Santos discípulos del Señor                           Rogad por nosotros

San Esteban                                                   Ruega por nosotros

San Ignacio de Antioquía                               Ruega por nosotros

San Lorenzo                                                   Ruega por nosotros

Santas Perpetua y Felicidad                          Ruega por nosotros

Santa Inés                                                      Ruega por nosotros

Santos mártires de Cristo                              Rogad por nosotros

San Gregorio                                                 Ruega por nosotros

San Agustín                                                    Ruega por nosotros

San Atanasio                                                  Ruega por nosotros

San Basilio                                                     Ruega por nosotros

San Martín                                                     Ruega por nosotros

Santos Cirilo y Metodio                                 Rogad por nosotros

San Benito                                                     Ruega por nosotros

San Francisco                                                 Ruega por nosotros

Santo Domingo                                              Ruega por nosotros

San Francisco Javier                                      Ruega por nosotros

San Juan María Vianney                                Ruega por nosotros

Santa Catalina de Siena                                Ruega por nosotros

Santa Teresa de Jesús                                               Ruega por nosotros

 (Se puede invocar a los santos con los nombres de los miembros de la familia que no se hayan dicho)

Santos N., N.                                                  Rogad por nosotros

Santos y santas de Dios                                 Rogad por nosotros

Muéstrate propicio                                       Líbranos, Señor

De todo mal                                                   Líbranos, Señor

De la pandemia que entristece estos días    Líbranos, Señor

De todo pecado                                             Líbranos, Señor

De la muerte eterna                                     Líbranos, Señor

Por tu encarnación                                        Líbranos, Señor

Per tu muerte y resurrección                        Líbranos, Señor

Por el envío del Espíritu Santo                      Líbranos, Señor

Nosotros, pecadores                                      Te rogamos, óyenos

Jesús, Hijo de Dios vivo                                 Te rogamos, óyenos

BENDECIMOS AL SEÑOR POR EL DON DEL AGUA E INVOCAMOS SU BENDICIÓN

Terminadas las Letanías de los santos, se da gracias a Dios por el don del agua y se renueva juntos la fe del Bautismo.

(M)  Te alabamos, Dios creador,

que en el agua y en el Espíritu

has dado forma y rostro al ser humano y al universo.

(T)  Gloria a ti, Señor.

(M)  Te bendecimos, Cristo,

que de tu costado traspasado en la cruz,

has hecho brotar los sacramentos de nuestra salvación.

(T)  Gloria a ti, Señor.

(M)  Te glorificamos, Espíritu Santo,

que del vientre bautismal de la Iglesia

nos has hecho renacer como criaturas nuevas.

(T)  Gloria a ti, Señor.

 RENOVAMOS LA PROFESIÓN DE FE DE NUESTRO BAUTISMO

(M)  Al término del camino penitencial de la Cuaresma, renovamos juntos la profesión de fe bautismal con la que hemos renunciado a Satanás y nos hemos comprometido a servir a Dios en la Iglesia.

(M)  ¿Renunciáis al pecado, para vivir en la libertad de los hijos de Dios?

(T)  Sí, renuncio.

(M)  ¿Renunciáis a todas las seducciones del mal, para que no domine en vosotros el pecado?

(T)  Sí, renuncio.

(M)  ¿Renunciáis a Satanás, padre y príncipe del pecado?

(T)  Sí, renuncio.

(M)  ¿Creéis en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra?

(T)  Sí, creo.

(M)  ¿Creéis en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,

que nació de santa María virgen,

murió, fue sepultado,

resucitó de entre los muertos;

y está sentado a la derecha del Padre?

(T)  Sí, creo.

(M)  ¿Creéis en el Espíritu Santo,

en la santa Iglesia católica,

en la comunión de los santos,

en el perdón de los pecados,

en la resurrección de la carne,

y en la vida eterna?

(T)  Sí, creo.

(T)  Esta es nuestra fe.

Esta es la fe de la Iglesia,

que nos gloriamos de profesar

en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Amén.

MIENTRAS ESPERAMOS PARTIR EL PAN

(M)  Todos los signos de esta noche nos llevan a la Eucaristía. La situación actual nos impide participar físicamente en el banquete de la vida junto a nuestros hermanos y nuestras hermanas de fe, pero queremos agradecer al Señor este don que, incluso en este momento tan difícil, no falta; y, al contrario, encienda nuestro deseo y purifique nuestra espera.

En el lugar de la oración se pone un pan partido al lado del cirio encendido, la Biblia y el agua.

(M)  Presentemos hoy nuestra alabanza y nuestra súplica al Padre, con la oración de los hijos e hijas que se nos entregó el día de nuestro Bautismo:

(T)  Padre nuestro…

(M)  Pare, líbranos de todos los males,

sálvanos de los peligros y de los miedos del momento que estamos viviendo,

haznos gozar de la alegría que tu Hijo Jesús,

primicia de los resucitados,

ha traído a toda la humanidad.

ACLAMEMOS A JESÚS, LUZ CLARA, AGUA VIVA, VERDADERO ALIMENTO

(L1)  Jesús, eres para nosotros

el verdadero alimento de salvación

que vence al mal.

(L2)  Jesús, eres para nosotros

verdadero maná en el desierto

que sacia el hambre.

(L3)  Jesús, eres para nosotros

luz clara de salvación

que ilumina el mundo.

(L4)  Jesús, eres para nosotros

agua viva que es fuente

que sacia la sed del mundo.

(L5)  Jesús, eres para nosotros

canto nuevo de alegría

que anuncia la fiesta.

INVOQUEMOS LA BENDICIÓN DEL PADRE

(M)  En este momento de oración no hemos olvidado nuestras dificultades: hemos encontrado tinieblas, situaciones que nos dejan sin palabras, nuestros miedos. Los hemos encontrado, pero los hemos vivido en el seguimiento de Jesús, sostenidos por su fuerza.

Hemos rezado para poder participar en la victoria de Jesús sobre la muerte. Quizás, desde esta noche, la muerte nos dará menos miedo. Y habrá un poco más de espacio para el amor. Es por todo esto que ahora invocamos la bendición de Dios, para seguir dejándonos amar por él y por los que tenemos cerca.

Vivir y amar están íntimamente unidos: sólo se vive cuando la vida se deja moldear por el amor. Es por esta razón que Cristo ha resucitado.

(M)  Nos bendiga el Pare, que hace germinar la vida incluso en los sepulcros ya cerrados.

(T)  Amén.

(M)  Nos bendiga el Hijo, que siempre está con nosotros, vivo y Resucitado.

(T)  Amén.

(M)  Nos bendiga el Espíritu que nos da consuelo y que nos llena de sus dones.

(T)  Amén.

Cada uno se santigua, mientras el padre (o la madre) continúa diciendo.

(M)  En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

(T)  Amén.

Se puede concluir este momento de oración con la antífona mariana del Tiempo Pascual, Regina Coeli:

(M)  Alégrate, Reina del cielo, aleluya;

(T)  porque el que mereciste llevar en tu seno, aleluya,

(M)  ha resucitado, según predijo, aleluya.

(T)  Ruega por nosotros a Dios, aleluya.

(M)  Gózate y alégrate, Virgen María, aleluya,

(T)  porque realmente ha resucitado el Señor, aleluya.