Fecha: 26 de noviembre de 2023

Estimadas y estimados, las relaciones entre el poder y la ciencia se remontan a la antigüedad: Mesopotamia, Egipto, China o India. El director de cine Jerzy Kawalerowicz lo puso de manifiesto en la película Faraón (1966), donde mostraba la utilización perversa que hacía la casta sacerdotal de Egipto de sus conocimientos en astronomía para mantener sometido al pueblo. Milenios después, esta relación no ha desaparecido, más bien se ha consolidado, a pesar de que ahora se presente de manera más sutil.

El 6 de agosto de 2023 recordamos el 78.º aniversario del lanzamiento de la bomba de Hiroshima ―después en Nagasaki―, que mató 240.000 personas, destruyó completamente dos ciudades y comportó problemas de salud durante décadas para muchísimas personas de la zona. ¿Por qué motivo se ideó y creó aquella bomba? Sabemos que Albert Einstein advirtió al presidente de los EE. UU. que la Alemania nazi quería construir un arma nuclear e instó a obtenerla antes por el peligro que habría supuesto no avanzarse a las fuerzas del Eje. Bajo la dirección del físico Robert Oppenheimer, y con la colaboración de muchos científicos y técnicos, los EE.UU. investigaron durante años la manera de hacerlo. Es lo que conocemos como proyecto Manhattan. El año 1945 se justificó el uso del arma nuclear para conseguir la rendición del Japón en la Segunda Guerra Mundial, cosa que era dudosa porque, por un lado, Japón probablemente se habría rendido igualmente y porque se supo, en su momento, que el régimen nazi no tenía el arma nuclear.

¿Cuál fue, pues, el motivo de fondo? La voluntad de conseguir un poder incontestable a escala global. Stalin fue el primero en darse cuenta cuando declaró: «La han lanzado por nosotros». Y decidió entrar también en lo que denominamos «carrera nuclear», continuando una escalada desbocada por la hegemonía a nivel mundial. Hoy todavía hay 12.500 armas nucleares con una fuerza destructiva incomparablemente superior a la del 1945, que podría poner fin a la vida de todo el planeta y, quien sabe, si incluso destruir el propio planeta. La recientemente estrenada película Oppenheimer nos recuerda que algunos científicos se negaron a colaborar en el proyecto y que algunos de los que participaron, una vez vistas las terribles consecuencias, se arrepintieron, empezando por los mismos Oppenheimer y Einstein.

Pero parece que no hemos cambiado mucho. La multitud de guerras y conflictos de todo el mundo evidencian la lucha por el poder con las armas más sofisticadas. Más de cien revistas médicas de todo el mundo acaban de alertar, con un editorial conjunto, que el peligro nuclear existe y crece. Y concluyen que «los Estados con armas nucleares tienen que eliminar los arsenales antes de que nos eliminen a nosotros». El poder ha buscado mantener su hegemonía y ha utilizado todos los recursos que tenía a su disposición. Nihil novum sub sole. Sería deseable que ejerciera su responsabilidad y, en vez de perpetuar la barbarie, según la expresión del filósofo francés Michel Henry, potenciara la aparición de una civilización que no tuviera por objetivo la destrucción y la sumisión, sino la convivencia y el respeto, dando esperanza. Porque cuando el otro pierde la esperanza es cuando empiezan los conflictos.

Vuestro,