Fecha: 14 de febrero de 2021

La gran crisis sanitaria de la Covid-19 se ha convertido en un fenómeno multisectorial y mundial, que agrava diferentes crisis fuertemente interrelacionadas como la climática, la económica, la migratoria y también la alimentaria. Así, este 14 de febrero, lamentamos tener que conmemorar un año más una jornada contra el hambre en el mundo, una jornada en la que las cifras y estadísticas nos sacudirán y entristecerán, una jornada en la que no comprenderemos por qué en el siglo XXI aún hay hambre en el mundo.

El hambre, como la sed o el frío, es una sensación indeseable que afortunadamente muchos de nosotros no hemos sufrido nunca, aunque a veces decimos: «me muero de hambre». Lo decimos sin ser conscientes de que muchas personas en el mundo no lo dicen, pero sí que mueren de hambre. Hay 815 millones de personas en el mundo que están subalimentadas en la actualidad. La malnutrición causa el 45% de las muertes en los niños menores de cinco años. En los países en desarrollo, 66 millones de niños en edad escolar primaria asisten a clase con hambre.

En días como este, en el que el hambre es protagonista, nos vienen a la cabeza imágenes de niños hambrientos de África con los vientres hinchados. Entre estas lejanas imágenes terribles, y el ruido que notamos en el estómago cuando se acerca la hora de comer, hay realidades intermedias mucho más cercanas en las que el hambre está presente y afecta a muchas familias. Hay muchas personas cerca de nosotros que sufren hambre.

En la vigilia de Navidad visité la parroquia de San Agustín de Barcelona, donde cada año se celebra una comida que ofrece un plato caliente a muchos vecinos en situación de exclusión social. Este año, como consecuencia de la pandemia, las Hermanas Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta y las decenas de voluntarios que las acompañaban sustituyeron esta tradicional comida de Navidad por la distribución de cientos de bolsas de comida.

De hecho, la terrible crisis sanitaria que padecemos no ha hecho más que agravar los déficits y las carencias que ya observábamos antes de que el virus entrara en nuestras vidas. Alimentarse es un derecho, pero para muchas personas es un verdadero lujo. El papa Francisco no esconde la decepción que le causa observar un mundo lleno de desigualdades entre países que nadan en la abundancia y otros que se ahogan en la miseria. Y nos reprocha que del hambre todos somos responsables. El Papa cree que «para la humanidad, el hambre no es solo una tragedia, sino una vergüenza».

Acabar con el hambre y la pobreza es precisamente el objetivo de Manos Unidas, una institución de la Iglesia que trabaja en proyectos de desarrollo en muchos países del mundo Y este también es el objetivo que recoge nuestro Plan Pastoral Diocesano: la opción por los pobres.

Queridos hermanos y hermanas, os animo a colaborar en la colecta de la 62.a campaña de Manos Unidas con el lema: «Contagia solidaridad para acabar con el hambre», que hoy se hace en todas las parroquias y centros de culto de nuestra diócesis. Entre todos, contribuyamos a erradicar el hambre en el mundo. Gracias, queridos amigos y amigas de Manos Unidas, por vuestro compromiso y por recordarnos que hay hermanos nuestros que nos necesitan.