Fecha: 7 de abril de 2024

Estimados diocesanos, y queridos amigos y amigas: ¡Santa Pascua de Resurrección! ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya! Nunca nos cansemos de cantar llenos de gozo el alegre aleluya de Pascua, puesto que ¡creer en Cristo Resucitado nos hace muy felices!

En este segundo domingo de Pascua, también denominado de la Divina Misericordia, ocho días después de la resurrección del Señor, Él mismo se hace presente nuevamente en medio de nosotros y nos dice, como lo dijo ante el incrédulo Tomás: «Bienaventurados los que crean sin haber visto.»

Lev Tolstói escribió que «no se puede vivir sin fe». La vida humana es un tejido de mutua confianza, de actos de fe de unos en otros, porque confiamos en que no nos quieren engañar. Por ejemplo, cuando vamos a un establecimiento público, nos fiamos de que no han puesto ningún veneno en las comidas o bebidas. Vivimos mucho una cultura de los hechos tangibles pero ¿cómo podemos medir con un termómetro los grados de amor que tenemos hacia las personas que amamos? Una vez escuché decir que un niño dijo: «yo no creo en Dios porque no aparece nunca en la pantalla ni en Internet que llega a todos los rincones del mundo». Este niño hace pensar en qué imagen de Dios podemos llegar a tener, a veces la de un tapa agujeros, bien lejos del Dios vivo y verdadero, revelado por Cristo Resucitado.

San John Henry Newman -presbítero anglicano convertido al catolicismo en 1845, que más tarde fue creado cardenal por el papa León XIII- decía: «La fe no es algo, la fe es Alguien (con A mayúscula!), la fe no es cualquier alguien, la fe es Jesucristo». En efecto, la esencia del cristianismo es creer no en algo, no en un «qué» sino en un «Quién».
Tomás, el apóstol, iba quizá arrastrando su crisis de fe porque para él se le había muerto el «quién» de su fe. Y en estas condiciones bien poco importaba el «qué». Ahora bien, cuando tocó las llagas de Jesús Resucitado, ¡diciéndole “Señor mío y Dios mío!», aquel domingo, en comunidad, con sus hermanos apóstoles, en el Cenáculo, Tomás perdió el miedo, y lleno de la alegría de Cristo Resucitado llegó a ser testigo y portador de reconciliación y perdón para todos.

Seamos muy felices, amigos y amigas, celebrando la pascua semanal, cada domingo, en comunidad, con los hermanos y hermanas, creyendo «sin haber visto», o mejor dicho, creyendo a partir de lo que vemos con los ojos de la fe, que supera lo que podemos medir con nuestros sentidos, experimentando la presencia de Cristo Resucitado en su Palabra, en los sacramentos, en la comunidad cristiana y en sus llagas que son los pobres, los enfermos, los desvalidos, con quién Él se identifica del todo.

Seamos muy felices sin cansarnos nunca de cantar llenos de alegría: ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!