Fecha: 14 de junio de 2020

Hoy celebramos la solemnidad de Corpus Christi, en el año que también conmemoramos el 700 aniversario de la primera procesión del Corpus en Barcelona y que esta vez tendrá lugar en el interior de la Catedral. En esta solemnidad proclamamos nuestra fe en Cristo, cuya presencia se hace real en la Eucaristía. Esta presencia va más allá de la celebración de la misa. Por ello, la Iglesia nos invita a adorar la sagrada Eucaristía.

Los últimos meses hemos vivido una situación triste y anómala. La pandemia de la Covid-19 ha impedido celebrar la Eucaristía en nuestras parroquias y comunidades. Sin embargo, aunque no hayamos comulgado sacramentalmente, lo hemos podido hacer espiritualmente. Así lo expresa san Antonio María Claret: «Tendré una capilla fabricada en medio de mi corazón y en ella, día y noche, adoraré a Dios con un culto espiritual».

Sin poder recibir a Cristo en la Eucaristía, ha sido un tiempo de preparación, discreto y fructífero, como el que vivió Jesús antes de iniciar su vida pública. Estos meses nos ayudarán a valorar más la comunión eucarística, así como la riqueza y la diversidad de las comunidades y la profundidad y alegría de las celebraciones.

Siguiendo las medidas adoptadas por las autoridades sanitarias, hemos podido volver a reunirnos y recibir el Cuerpo de Cristo. En la Eucaristía, Él nos muestra su gran amor y se nos entrega como verdadero alimento para acrecer nuestra fe, esperanza y caridad. Él es el pan que da la vida al mundo. El Evangelio nos dice que quien coma de este pan vivirá en Cristo y Cristo habitará en él.

La celebración eucarística es más que una experiencia individual entre Dios y nosotros. Los que comemos del mismo pan formamos un mismo cuerpo abierto a la solidaridad y a la fraternidad. La Eucaristía nos impulsa a vivir de amor, a entregarnos sin medida y a ver a Cristo en todas las personas.

Es posible que, a menudo, nos parezca que Dios permanece oculto y en silencio. Pero Cristo vino para quedarse con nosotros. Como nos recuerda el Concilio Vaticano II, lo encontramos en su Palabra, en la oración de la Iglesia reunida en su nombre, en los sacramentos, en el sacrificio de la misa, en la persona del ministro, en los pobres, en los enfermos y en los presos (cf. LG 48); pero, sobre todo, está presente bajo las especies eucarísticas (cf. SC 7). Sin embargo, como nos recuerda santo Tomás de Aquino, esta presencia de Cristo «no se conoce por los sentidos sino solo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios».

Jesús nos dijo que el amor con que tratemos a los hermanos, especialmente a los más vulnerables, Él lo recibe. Y eso es lo que nos recuerda hoy Cáritas, que es la mano amorosa de la Iglesia para atender a los pobres. Precisamente hoy podemos dar una importante ayuda a esta institución en la colecta de este domingo.

Queridos hermanos y hermanas, ojalá la Eucaristía nos enseñe a ser como María en el misterio de la Visitación. Cuando la Virgen fue a ver a su prima Isabel, el niño que llevaba en sus entrañas saltó de alegría. Sepamos también caminar por la vida y llevar a los demás el gozo y la esperanza del Cuerpo de Cristo.