Fecha: 2 de abril de 2023

Llegamos a los días más importantes del año para la vida de los cristianos. En nuestra sociedad se habla cada vez más de vacaciones de Semana Santa, incluso de vacaciones de primavera. Pero para un cristiano no son tanto unos días de vacaciones como unos días para revivir los misterios de la pasión, muerte y resurrección del Señor, ya sea en la propia parroquia o comunidad o bien en aquellos lugares o destinos en los que, merecidamente, muchos pasarán unos días en familia y con sus amigos, aquellos que puedan hacerlo.

El domingo de Ramos es siempre un día entrañable para las familias y especialmente para los más pequeños. Quien más quien menos tiene grabado en su corazón desde pequeño la emoción de ir a bendecir la palma. Es una celebración muy popular y concurrida que nos recuerda y nos hace revivir aquella entrada, solemne y ruidosa, de Jesús en Jerusalén, cuando era aclamado como rey por las multitudes que llevaban palmas y ramos de olivo y laurel y extendían los mantos como una alfombra para el Señor que entra en la ciudad.

Es una celebración que convoca a gran multitud de personas y se convierte en punto de encuentro, en atrio de los gentiles que diría el Papa Benedicto XVI, o en una manifestación de la Iglesia en salida en palabras del Papa Francisco. Son muchas las personas que viven ese día como una ocasión para acercarse a Dios, escuchar su Palabra y de recibir un mensaje de vida, de esperanza y de auténtica fe. Necesitamos estos encuentros con el Señor en medio de una sociedad bombardeada por  consignas y eslóganes de todo tipo.

Para nosotros, como creyentes, la bendición de Ramos es la puerta de entrada a las celebraciones de los últimos días de Jesús en la tierra. La vida cristiana tiene sentido por lo que conmemoramos en estos días. El amor de un Dios que se hace cercano, servidor de los demás, que lava los pies, que se da como alimento y que da su propia vida para que otros muchos puedan vivir. El amor de un Dios que es más fuerte que la muerte, y que resucita para que tengamos vida en abundancia.

El centro de la vida de la Iglesia se encuentra aquí. El centro de todo lo que la Iglesia hace para ayudar a los demás, especialmente a los más necesitados, para formar y acompañar a las personas, para celebrar la fe a través de los sacramentos, todo tiene aquí su origen. La entrada de Jesús en Jerusalén es sobre todo el pórtico de este misterio que se despliega y expresa en celebraciones, procesiones, vía crucis, horas santas, vigilias de oración, etc.

Os invito, pues, a vivir intensamente estos días santos. A acompañar el paso de Jesús por nuestras vidas en el “Triduo Pascual”. A saber encontrar algún momento de tranquilidad para orar y meditar los misterios centrales de nuestra fe que hacen latir nuestro corazón como hijos de Dios. A ofrecernos para ayudar en las celebraciones donde nos encontramos, porque son días intensos y de mucha preparación. A vivir en familia estas celebraciones y dedicarle tiempo en un ambiente más propicio que el que encontramos en el bullicio del día a día.

El Señor era consciente de que su entrada en Jerusalén, aclamado con palmas y laureles, desencadenaba una sucesión de hechos que le llevarían al cumplimiento de su misión. El Señor era consciente también de que el camino de la pasión, asumiendo todo el dolor de la humanidad, le llevaría a la vida. El Señor sabía que el amor y la misericordia de Dios son los únicos caminos para salvar a esta pobre y desdichada humanidad.

Seamos conscientes nosotros también del camino que iniciamos este domingo y que nos llevará a celebrar en la noche de Pascua la Resurrección del Señor. A todos os deseo que tengáis una buena y fructífera Semana Santa.