Fecha: 31 de julio de 2022

Ese impulso interior de experimentar los espacios abiertos, disfrutar de la naturaleza, especialmente en tiempo de vacaciones, es ciertamente muy sano y saludable.

Teniendo presente el ideal de vivencia cristiana ante la naturaleza, quisiéramos que ese impulso no acabara en tristeza y frustración, sino que fuera realmente eficaz para nuestra vida, en continuo avance en camino de perfección, en búsqueda de una mayor felicidad.

Quizá el problema radique en que hay maneras de aproximarse a la naturaleza en tiempo vacacional que pueden abocar a decepción, vacío o desengaño. Esto ocurre cuando accedemos a ella con la intención de disfrutarla, pero apropiándonos de ella y consumiéndola, como si fuera un objeto que está simplemente a nuestra disposición. ¿No somos el rey de la creación? ¿No somos “los dueños”? ¿No tenemos derecho a descansar y disfrutar después de un curso cargado de trabajos y dificultades?

En esto consiste el problema básico de la cuestión ecológica y, por extensión, de nuestra relación con el mundo creado. Es el problema de cómo vemos el mundo y cómo lo tratamos. Vale la pena dedicar algún tiempo a meditar sobre ello… Si acertamos, no solo hallaremos más paz en el descanso, sino más claridad y acierto en el trabajo cotidiano.

La primera y fundamental actitud para lograr un crecimiento positivo en nuestra relación con la naturaleza es ensayar la admiración y llegar hasta la sorpresa ante ella. Sólo quien ha desarrollado mínimamente esta capacidad de admiración, puede disfrutar de su belleza. Pues se trata de eso mismo: gozar de la belleza que nos viene regalada.

Los filósofos griegos, que tuvieron la suerte de pensar, hacerse preguntas, en el marco del sol radiante de nuestro Mediterráneo, decían que la filosofía nacía de la admiración y de la sorpresa ante la naturaleza y el cosmos: el primer y fundamental paso era el impacto por la armonía y la belleza que se observaban en el cosmos. Otros filósofos, pasados siglos, nacidos en latitudes nórdicas, bajo cielos tapados, en atmósferas más frías y oscuras, quisieron sacar verdades del pozo interior, de la razón humana. Una mirada al interior del yo, con una importante fecundidad de pensamiento, pero que acabaría en el “yo” encerrado en sí mismo. Esta cerrazón del “yo” en sí mismo trajo importantes hallazgos, pero no menos males a la humanidad. He aquí una prueba de que el entorno natural y nuestra mirada sobre él es algo decisivo.

Esta actitud de admiración la esperamos también de los mismos científicos y técnicos que investigan la naturaleza, el gran cosmos o el microcosmos. También aquí es decisiva la actitud en el encuentro. Generalmente el hallazgo del funcionamiento que rige un determinado aspecto de la naturaleza va encaminado a poderlo dominar. Y con su dominio, como apropiación, poder hacer algo bueno, como por ejemplo, curar enfermedades. Pero también para hacer negocio mediante su explotación. ¿En beneficio de quién? Es otra cuestión. Pero, en todo caso, es una maravilla encontrar algún científico investigador que en pleno trabajo se para y disfruta comprobando la belleza y perfección del cosmos.

Entonces se da el primer paso para el verdadero gozo.

Pero hasta aquí, solo con estas consideraciones, se intuye que esto de saber acceder al mundo creado está pidiendo no pocas actitudes morales y espirituales. Pensemos en ello, para nuestro bien y para bien del mundo.