Fecha: 5 de diciembre de 2021

Expectación, eso tan necesario para vivir el Adviento, y toda nuestra fe, es algo más que “espera”. Es deseo, anhelo, ansia. La expectación nace de la conciencia de una necesidad, y crece en la medida en que esa necesidad es más acuciante y la convicción es más cierta de que esa necesidad puede ser satisfecha.

La gente vive muchas clases de expectación. Prácticamente toda la vida está llena de esta experiencia: anhelar cosas y buscarlas. Si no existiera expectación moriríamos.

Pero nos hemos de preguntar si acertamos o no a la hora de anhelar algo. Una cosa es la expectación de un premio cuando jugamos a la lotería, o del alumno ante un examen, o del enfermo ante un tratamiento, o del que va a la compra ante la perspectiva de que bajen los precios, o del votante de que gane su partido… y otra cosa es la expectación ante la perspectiva de la experiencia de amar y ser amado.

El secreto está en descubrir las necesidades más reales, más auténticas, urgentes y profundas. Algunas son muy claras y las reflejan las encuestas de opinión, como, por ejemplo, solucionar el paro. Hay otras que no suelen aparecer en estos estudios, aun siendo muy urgentes, como, por ejemplo, solucionar el grave problema de la educación integral (escuela, familia, cultura, etc.); más bien la encuestas reflejan que en este ámbito existe un considerable grado de satisfacción.

La expectación que permite descubrir el sentido del Adviento tiene que ver también con el paro, la carestía económica, la necesidad de salud, la educación y la buena política. Pero es más profunda y auténtica. Esa expectación se despierta cuando nuestra mirada es más realista y nos vemos anhelantes de verdad, sentido, justicia, amor, vida…

Hace unos días leíamos en la prensa que el año pasado se había alcanzado el récord en España del número de suicidios: 3.941, lo que significa una media de 11 al día. Es la principal causa de muerte no natural. En Cataluña el aumento del número de suicidios fue del 3’9 %. Y lo que es más preocupante: el creciente número de suicidios entre adolescentes y jóvenes. Sabemos que muchos de estos casos se deben a causas psíquicas. De hecho los psiquiatras constatan el crecimiento de enfermedades psíquicas entre los adolescentes y jóvenes. Pero no podemos olvidar que el ambiente, el estilo de vida, la cultura, la educación, el entorno, influyen decisivamente en la mayoría de los casos de desequilibrios psíquicos. Las crisis, los conflictos, ponen al descubierto las carencias y necesidades profundas, como hemos podido comprobar este año.

Es en estas zonas que limitan las carencias psíquicas y las necesidades espirituales donde más fácilmente se descubre la gran expectación del Adviento.

El Adviento es expectación de ser salvados. Por eso, el Adviento no tiene sentido para aquel que no reconoce y anhela salvación. Es el tiempo en que se escuchan profetas que abren los ojos, los oídos de quienes viven ciegos o deslumbrados o de quienes están aturdidos por ruidos y “músicas celestiales”. Es el tiempo del descubrimiento de nuestra realidad sin disimulos, aunque a veces duela.

La suerte está en que este descubrimiento no es más que el paso necesario hacia la esperanza.