Fecha: 27 de septiembre de 2020
Cuando en nuestra sociedad se plantean grandes problemas, surgen opiniones y soluciones por doquier.Parece que todos tienen derecho a dar su versión aunque no se posean demasiados conocimientos técnicos sobre la materia que se comenta. Es cierto que ante situaciones sociales complejas que devienen en problemáticas, la línea de actuación no es sencilla ni rápida. Quienes tienen la responsabilidad sobre ciertas cuestiones deben cuidar que sus palabras no agraven el problema y que las decisiones sean acertadas ajustándose a derecho y con evidentes beneficios para un amplio número de ciudadanos. Por descontado se acompañan de expertos y con informes técnicos que ayuden a una solución justa.
Entre los grandes problemas como la distribución de la riqueza, el hambre, la paz entre las naciones, la violencia callejera o la doméstica, el cambio climático, la educación o la sanidad universal, hoy la Iglesia pone a nuestra consideración el asunto de las migraciones. Se celebra la 106 JORNADA MUNDIAL DEL MIGRANTE Y DEL REFUGIADO para rezar por esta dura realidad, para sensibilizar a nuestras comunidades de la problemática existencial de muchos hermanos y para que las palabras y las actitudes de cada uno de nosotros estén llenas de compasión y caridad.
Como podéis comprobar el asunto de las migraciones no es una preocupación reciente e imprevista. Sólo en la edad contemporánea hace más de cien años que la Iglesia nos recuerda la importancia de la movilidad humana y las consecuencias tan negativas que se ciernen sobre muchas personas que abandonan sus tierras por diversas circunstancias. Casi todas ellas obligadas por el hambre, por la búsqueda de un futuro digno para la propia familia o por cuestiones políticas. En este último caso, el miedo o la venganza impiden que la convivencia entre los grupos humanos de un mismo país sea una estable realidad. De ahí la diferencia de contexto entre migrante y refugiado pero de similar adaptación a tierras distintas a las de su origen.
El que no podamos resolver uno de esos grandes problemas no nos impide dar la opinión que debe ajustarse siempre a las enseñanzas de Jesucristo y tratar de humanizar lo más posible las relaciones entre personas y grupos sociales. No proponemos sólo soluciones técnicas ni tenemos los poderes políticos y económicos de las naciones o de las agrupaciones internacionales pero podemos recordar a los cristianos su coherencia de vida con el Evangelio y poner en el centro la dignidad de los seres humanos estando lo demás a su beneficio y al servicio del bien común.
Es lo que hace el papa Francisco en sus llamadas universales. Muestra el amor de Dios a la humanidad y la salvación universal de Jesucristo buscando algunas concreciones en los problemas que a diario vive nuestro mundo.
El mensaje del papa Francisco para esta Jornada se titula: Como Jesucristo, obligados a huir. Acoger, proteger, promover e integrar a los desplazados internos. El resumen que propongo es muy fácil de asimilar: es necesario conocer para comprender; hay que hacerse prójimo para servir; para reconciliarse se requiere escuchar; para crecer hay que compartir; se necesita involucrar para promover; es indispensable colaborar para construir. Termina con una oración rememorando la huida del Niño, con José y María, a Egipto.