Fecha: 15 de mayo de 2022

Hemos subrayado que la Iglesia del Resucitado, la más auténtica, es fecunda, aunque sus frutos permanecen escondidos en Dios. Podemos decir que es invisible a simple vista. Pero también afirmamos que esta Iglesia que nace de la Resurrección es accesible a nuestros sentidos, como la vista, el tacto, el oído.

A la Iglesia “se le oye”, porque habla. La Iglesia no puede dejar de hablar; mejor dicho, no puede dejar de anunciar y proclamar el mensaje de salvación a todo el mundo. ¿Por qué? La razón fundamental es porque en su origen escuchó el encargo del mismo Cristo de proclamar la Buen Noticia a todos. Es la misión de evangelizar, a la que tantas veces hemos aludido. De hecho una Iglesia que no habla, que no dice nada, está muerta, no es verdadera Iglesia del Resucitado.

Sin embargo, hay silencios en la Iglesia.

       Existe “la Iglesia del silencio”. Es la Iglesia reducida al silencio, obligada a callar por un régimen totalitario o por una cultura dominante que, de cualquier forma, ahoga su voz. A veces es un decreto gubernamental, a veces un acuerdo tácito entre los dueños de los medios de comunicación o alguna corriente ideológica…

       Existe la Iglesia acomplejada, que por temor a la opinión ajena o por miedo a perder prestigio o ser marginada, no habla. Al menos no habla lo que debería, evitando lo que hoy resultaría “políticamente incorrecto”.

       Existe la Iglesia que vive un silencio fecundo, positivo, elocuente y enriquecedor. Es la Iglesia que integra el silencio como momento orante y contemplativo; que guarda silencio para la escucha atenta y la reflexión en el proceso de acogida del otro y de discernimiento…

La Iglesia del Resucitado, aun en los casos mencionados, en los que practica el silencio, siempre es una Iglesia que habla. El silencio es recomendado en algunas técnicas o religiones para facilitar la concentración y hallar la profundidad del “yo”. Pero en la Iglesia no se puede justificar el silencio si no es para estar al servicio de la palabra, es decir, de la comunicación. Bien entendido que esta palabra se puede traducir en oración (comunicación de amor) o se puede traducir en una presencia testimonial que habla por sí misma (comunidades contemplativas, gestos litúrgicos, el mismo arte, conductas concretas, individuales y comunitarias) o en discurso expresamente evangelizador, en forma de enseñanza, predicación, diálogo cotidiano y sencillo, texto escrito, etc.)

Lo que ocurre es que la Iglesia es Pueblo Profético. Y el mensaje profético, como venido de Dios, unas veces ilumina, bendice y consuela, otras veces denuncia y duele. De otra manera no sería salvador. Según la tradición bíblica y la misión recibida de Jesucristo, la Iglesia se denomina “Pueblo Mesiánico”, es decir Pueblo salvado y salvador. Y esta condición incluye transmitir el mensaje profético de Jesús. Es un mensaje que no conoce cálculos tácticos, ni busca intereses políticos. Ser prudentes y buscar la mejor comunicación, no significa callar la verdad de Dios, la Verdad que es el mismo Jesucristo, sino servirle.

Una de las pruebas más claras de que la Iglesia del Resucitado es libre, consiste precisamente en su valentía y decisión para anunciar la Verdad que es Jesucristo. La Verdad que busca ser vivida y comunicada, para que quien la reciba llegue a ser libre (cf. Jn 8,32).