Fecha: 28 de febrero de 2021

La Cuaresma es un tiempo privilegiado para caminar hacia Aquel que es fuente de todo amor. Si nos dejamos acompañar por Dios, experimentaremos que Él está siempre a nuestro lado. No obstante, no podemos acceder directamente al Padre si no es por medio de Jesucristo. Cristo es el mediador y el modelo de nuestra oración.

Una de las cosas que más impactó a los discípulos de Jesús fue su manera de orar. El Señor aprendió a rezar como los judíos de su tiempo. Su corazón estaba empapado de la Sagrada Escritura. En un pasaje del Evangelio según san Marcos, cuando le preguntan a Jesús cuál es el mandamiento más importante, él responde sin dudar con estas palabras de las Escrituras: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma […] y al prójimo como a ti mismo» (Mc 12,29-31).

Sin embargo, lo que más destacan los Evangelios es que el Señor siente a menudo la necesidad de ir a un lugar apartado a orar. Jesús se separa del torbellino del mundo y busca cada día momentos de intimidad con su Padre.

La oración es el motor de la vida de Cristo. Los evangelistas nos explican que, antes de tomar una decisión importante, Jesús la consultaba con su Padre. Así, antes de elegir a los doce apóstoles, se retiró a la montaña y pasó toda la noche en oración.

El Señor reza también cuando descubre con alegría que Dios ama entrañablemente a los más pobres: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los pequeños» (Lc 10,21).

Jesús ora ante las situaciones difíciles, en los momentos de duda e incertidumbre. Cuando siente en su corazón una tristeza profunda, Cristo pide ayuda a su Padre. Incluso las últimas palabras de Jesús antes de morir son palabras de los salmos. En el momento más duro de su vida, Cristo rezó con las oraciones que sus padres le habían enseñado y que conocía de memoria.

La oración de Jesús tenía algo muy especial. Esto no pasó inadvertido a los ojos de sus discípulos. Es por ello que un día que los discípulos encontraron a Jesús orando en cierto lugar, le pidieron con humildad y sencillez: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1). Fue entonces cuando Jesús empezó su oración llamando a Dios, Abba (Padre).

Orar como Jesús es reconocer que Dios es como un padre o una madre que salen a nuestro encuentro porque nos aman y no pueden vivir sin nosotros. Orar es ponerse en las manos de Dios con toda confianza, como los niños en brazos de sus padres.

Queridos hermanos y hermanas, que en estos días de Cuaresma sepamos pedir al Señor: Enséñame a rezar. A partir de entonces Jesús se convertirá, como para sus primeros discípulos, en nuestro maestro de oración.