Fecha: 24 de septiembre de 2023
El pasado día 2 de agosto, en el marco de la JMJ (Jornada Mundial de la Juventud) en Lisboa, y en la ciudad de Cascais, tuve un primer contacto, lleno de vida, de palabras, de emociones, con un buen grupo de jóvenes de la diócesis de Tortosa. ¡Qué hermosa experiencia -en aquellos momentos como obispo electo de esta querida diócesis- encontrarme con nuestra juventud, tan vital y con tantas ganas y ansias de satisfacer su curiosidad!
Encontrarnos en Cascais y con sus curas y catequistas acompañantes, fue como beber en una fuente de agua fresca. Esa tarde tuvimos un diálogo vivo e intenso, con una amplia rueda de preguntas y respuestas para intentar satisfacer la curiosidad de todos ellos: ¿Qué hace un obispo? ¿Cómo es su misión? ¿Cómo fue su llamada vocacional? ¿Cómo ve la juventud? ¿Cómo vive Cristo al que sigue? Estuvimos un buen rato dialogando, conociéndonos, desde la sencillez, explicando, repreguntando, abriendo nuevas inquietudes, en un fecundo y maduro diálogo.
Sus ansias de preguntar se manifestaron con toda su naturalidad y espontaneidad. Todo intentaba mirar al futuro, todos querían conocer el testimonio del obispo, todos querían entender el porqué de las experiencias que se viven en nuestros corazones cuando nos encontramos con Jesucristo. Y esa conversación larga, transparente y fecunda tomó en un momento el ritmo de una oración que pudimos hacer juntos. Y todo lo culminamos con una sentida celebración de la penitencia y una merienda. El diálogo se convirtió en convivencia, la convivencia en oración y la oración en reconciliación. Aquella ansia de preguntas me hizo pensar en, como obispo, cuántas preguntas y respuestas debemos dar cada día para señalar caminos desde el Evangelio, para abrir esperanzas, para dar testimonio de nuestra fe, para hacerlo con alegría de corazón.
Al día siguiente, con la llegada del papa Francisco a Lisboa y el discurso de acogida que el Santo Padre hizo para los jóvenes, por la tarde del jueves 3 de agosto, escuchaba unas palabras que me sacudieron. El papa nos señalaba que «somos una comunidad de llamados», que todos somos llamados tal y como somos, con las limitaciones que tengamos, con alegría desbordante, con ganas de ser mejores. Y nos dejaba claro lo mismo que le sucedió a él y que me hizo pensar en lo que había sucedido con el grupo de jóvenes diocesanos tortosinos el día antes: “También vosotros, esta tarde me habéis preguntado, muchas preguntas. Nunca os canséis de preguntar, nunca os canséis de preguntar. Hacer preguntas es bueno, (…) porque quien pregunta permanecerá siempre inquieto y la inquietud es el mejor remedio para la rutina. A veces una especie de normalidad nos anestesia el alma.
Cada uno de nosotros tiene sus interrogantes dentro. Llevamos estos interrogantes con nosotros, y llevémoslo en el diálogo común entre nosotros”.
Después de estas palabras del Papa, que dieron un nuevo sentido a nuestro encuentro con los jóvenes de Tortosa, os invito a todos, jóvenes y mayores, a ser inquietos ante la rutina y dejarnos sorprender siempre por el amor de Dios. Un amor que nos rejuvenece, un amor que nos da alegría.