Fecha: 19 de abril de 2020

La alfombra roja es un concepto habitual en nuestros días, aunque, en realidad, ya en la Grecia clásica aparecía como un elemento de poder y de gloria. Actualmente, sigue siendo un símbolo de riqueza, de prestigio y de glamur.

Hace unas décadas, la alfombra roja estaba reservada a unos pocos. Solo la pisaban los poderosos, los jefes de Estado, en celebraciones y acontecimientos formales. Actualmente, es un elemento de distinción que podemos observar en eventos muy variados. Por ella desfilan personas importantes y famosos por distintas razones. Caminar sobre la alfombra roja implica un estatus, un prestigio, un reconocimiento. También la pisan con convicción y con gran solemnidad los novios que caminan hacia el altar.

A menudo, nos convertimos en espectadores entusiastas ante aquellos que recorren este sendero rojo, los admiramos y los aplaudimos. Sin embargo, nosotros, desde el anonimato, podemos dejar de ser meros espectadores y pasar a ser actores. También podemos caminar sobre ese rojo intenso en nuestras vidas y brillar como estrellas llenas de luz y de felicidad. ¿Cómo?

Sabiendo que, a pesar de las dificultades y los problemas, tenemos muchos motivos para sonreír y regalar sonrisas a los que nos rodean. Sí, celebremos cada día lo afortunados que somos por todo lo que hemos recibido. Somos hijos de Dios. Él nos ha creado a su imagen y semejanza. Él nos ama con locura. Él nos ha elegido. Él nos ha regalado la vida y ese es el premio que recibimos a diario. Tenemos, pues, una gran suerte.

Si nos fijamos, mirando a nuestro alrededor, nos daremos cuenta de que Dios ha convertido el mundo entero en una enorme alfombra roja que se desenrolla sin fin a medida que avanzamos. A cada paso que damos, vamos descubriendo la belleza de todo lo que nos ha dado. Pero, sobre todo, descubrimos su amor infinito por cada uno de nosotros: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para que todo aquel que cree en Él no se pierda y tenga vida eterna» (Jn 3,16). Además, Jesús mismo nos dice: «estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Dios nos acompaña y pisa con nosotros esa alfombra roja de nuestra vida.

Ahora que estamos en tiempo de Pascua, todavía tenemos más motivos de celebración porque seguimos festejando con júbilo la resurrección del Señor y recordamos el tiempo en que Jesús permaneció con los apóstoles hasta la venida del Espíritu Santo.

Tal como hicieron los apóstoles, sigamos a Cristo haciendo su voluntad, sabiendo que, al final de la vida, nos espera la alfombra roja que nos llevará al encuentro con Dios. No cabe más dicha. Es la felicidad absoluta. Nos uniremos en el amor verdadero. Dios nos quiere conceder el regalo de la vida eterna con Él. Una existencia gloriosa que, sin duda, será mucho más grande de lo que podemos pedir o imaginar.

Queridos hermanos y hermanas, en este segundo domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia, os invito a seguir contemplando y anunciando esta maravillosa noticia: ¡Verdaderamente Cristo ha resucitado! Que la serena y profunda alegría de la Pascua os acompañe a todos. Y no olvidemos que la misericordia de Dios es eterna.